
Celebremos hoy a Nuestra Señora de los Dolores. En la Pasión nos acompaña María, que el Señor nos ha dejado como Madre, en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto. Acompañamos a María en el dolor profundo de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su Hijo abandonado por unos apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos. María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en la voluntad de Dios, tantas veces incomprensible para nosotros.
Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor y en los sufrimientos diarios. Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella, y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad, y desde Él a los hermanos. La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.
Pidamos al Señor que imprima en nosotros los sentimientos de Cristo y que Dios nos conceda a todos crecer en el conocimiento interno del amor de Jesús, que entregó su vida por nosotros. Oremos, por intercesión de María, por las necesidades de todo el mundo. El Señor, muriendo por nosotros se ha convertido en la fuente de toda gracia. María, mediadora de todas las gracias, nos la alcanza con solicitud de madre.
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