apertura_jubileo_misericordia_cadiz_11_13_12_15Jesús anunció el Reino mostrándonos lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira letal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18, 36).

Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado: es el Rey que trae el Reinado de Dios, al que nos conduce. En la revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando le crucificaron se burlaban de él diciendo: «Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él» (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor a Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Pues bien, ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación, Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.» (Mt 28, 18). El tiene el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad.

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