El sacerdocio es algo esencial de la vida cristiana, pues los ministros de Jesucristo hacen presente al Señor en la Eucaristía, y sin ella no hay Iglesia. Pero es Cristo quién llama y quien da la gracia, aunque pide nuestra colaboración esforzada, haciéndonos responsables también a la hora de otorgar este don indispensable: «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies».
Los seminaristas de nuestra Diócesis han realizado una ronda por distintas parroquias y centros educativos con motivo de la Campaña del Día del Seminario, que coincide con la solemnidad de San José. Estos días nuestros diez y ocho seminaristas han estado presentes en las parroquias, y nosotros hemos de recordarles de un modo especial en la oración, en comunión con ellos, para pedir al Señor que -como reza el lema de la Campaña de este año-, puedan estar “cerca de Dios y de los hermanos”.
Siguiendo al Concilio Vaticano II, “el Seminario es el corazón de la Diócesis”. Es el lugar de formación de los jóvenes que han recibido la llamada de Jesús a seguirle en el sacerdocio. Inician así su más profundo seguimiento, que culminará en el sacramento del Orden, para transformarse no sólo en continuadores de su obra y anunciadores del Evangelio, sino en presencia sacramental de Cristo en medio del mundo. El Seminario es una comunidad educativa en camino, promovida por el Obispo para ofrecer a los llamados por el Señor para este ministerio la formación espiritual, humana, académica y comunitaria necesaria para que lleguen a convertirse en apasionados pastores de nuestra Iglesia. Tanto en nuestro Seminario Conciliar, como el el Seminario Diocesano Redemptoris Mater, los jóvenes dan su vida desde ahora por Cristo, por la Iglesia y por el mundo. Conviven, rezan, estudian, se divierten como hermanos, como los apóstoles en torno al Señor, y progresan hasta llegar a ordenarse para servir a cada parroquia y comunidad dando la vida por ellos.
Todos los cristianos en general -sacerdotes, consagrados, laicos- , debemos considerar al Seminario como algo nuestro, conocerlo, apoyarlo, quererlo.
Debemos recordar que el lugar principal para fomentar las vocaciones es la familia cristiana donde los padres educan a sus hijos con sincero amor a Dios viviendo la fe católica, frecuentando los sacramentos, y si prevalece un espíritu de humildad, obediencia, amor entre sí, y la escucha de la Palabra de Dios. Las vocaciones se fomentan cuando los padres enseñan a sus hijos, con su palabra y ejemplo, un espíritu de generosidad y a vivir con desprendimiento y servicio. Los padres católicos deberían recordar que es una bendición que Dios llame a uno de sus hijos a la vida religiosa o al sacerdocio.
Familias, catequistas, profesores de religión, agentes de pastoral en general, tienen ante sí la importante tarea de proponer y animar con espíritu de fe, caridad y piedad la posible vocación al sacerdocio de los jóvenes, para que sean capaces de acoger con generosidad esta llamada, atraídos por la persona de Jesucristo, siendo capaces de seguirle con una amistad de predilección perdure toda la vida.
No hemos de tener miedo de abrirnos a la presencia de Dios y en la entrega a los hermanos. Él nos conoce, Él nos ha amado y nos ama hasta el extremo. El encuentro de corazón a corazón ilumina la vida con el amor de Dios: hay un encuentro personal y hay una luz que ilumina y arrebata, solamente entonces uno acepta con fe lo que el Señor le manifiesta, esto es lo que marca una vida. Hay que aprender a mirar a cada hombre desde el Corazón de Dios, con esa actitud y con esa mirada correspondiente al amor de Dios. Hay que ser instrumento de la mirada de Dios, de la sonrisa y del amor de Dios hacia todos” . Pidamos al Espíritu Santo que no deje de despertar en nuestros jóvenes un corazón inquieto que busque lo que es verdadero, bello, autentico, y justo. Y que así́ puedan encontrarse cerca del Señor para responder a aquello a lo que le llama a cada uno. Oremos especialmente por las vocaciones al sacerdocio ministerial, pues necesitamos sacerdotes según el corazón de Cristo. De ellos depende, en gran medida, la suerte del mundo.