Los sacerdotes, que en este momento de dificultad dan su vida en hospitales, parroquias, barrios, son objeto de la oración y el afecto del pueblo de Dios. Son los ministros de Cristo Sacerdote. La víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cfr. Hb 5, 5-10), víctima de expiación (cfr. 1 Jn 2, 2; 4, 10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir “esto es mi cuerpo” y “éste es el cáliz de mi sangre” si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sacerdote de la nueva y eterna Alianza (cfr. Hb 8-9) (Sacr Car, 23). Los sacerdotes, pues, actuamos in persona Christi capitis (en la persona de Cristo cabeza).

La Resurrección de Cristo tiene tal fuerza que ilumina su muerte e ilumina nuestra muerte, que ilumina la condición del Hijo de Dios y que nos recrea a nosotros, nos da la posibilidad de ser hijos de Dios. Éste es un acontecimiento contemporáneo nuestro, por el que los Sacramentos que recibimos hoy tienen la garantía de Dios, lo cual quiere decir que, gracias a la sucesión apostólica, –es decir, por el hecho de que Jesús transmitiese el Espíritu Santo de una forma especial a los Doce, y que los Doce después lo pasaran a sus sucesores, y que sus sucesores lo distribuyan a los presbíteros— cuando estamos celebrando en el lugar más recóndito, allí se hace presente de nuevo Cristo con toda su fuerza. Y cuando un sacerdote perdona los pecados, quien está perdonando es Cristo. Cuando recibo la ordenación sacerdotal, estoy recibiendo aquel poder que Cristo dio a los Doce Apóstoles.

Este es el regalo divino, el mayor de todos, nos transmite la vida misma de Dios, que es vida de gracia, estado de gracia, es el don esencial para la existencia humana, considerando que somos humildes y modestas criaturas, creadas del barro de la tierra. El Verbo de Dios ha asumido nuestra carne humana haciéndose sacramento de Dios para permitirnos llegar a vivir la vida de Dios adentrándonos sacramentalmente en la la vida divina. Esta es la victoria del Señor en la historia.

Queridos sacerdotes, bendigo al Señor por vuestra fidelidad para evangelizar a pesar de tantas carencias de medios materiales y humanos, por llevar la eucaristía, el verdadero Pan del Cielo que da la vida al mundo, a todo lugar posible. «Nos reconforta recibir noticias de todo el mundo con el testimonio heroico de tantos sacerdotes que están dándose por completo en sus parroquias, hospitales y cementerios, exponiendo su salud y su vida. (…) Hermanos sacerdotes: renovemos nuestra entrega para aprovechar con imaginación y valentía esta oportunidad histórica que nos pone a prueba. ¡Animo! Cada uno de vosotros, a la escucha atenta del Espíritu, sabrá cómo seguir actuando y cuidar de la grey que nos ha entregado el Buen Pastor.» (Carta a los Sacerdotes, 20 de abril de 2020). Dios os bendiga siempre.

Palabras de aliento del delegado de Pastoral Penitenciaria a los internos de Botafuegos

“La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa”

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