Jesús es el Pan de Vida: «El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.» (Jn 6, 35). Cristo es verdaderamente «El Pan de Dios que baja del cielo y da la vida al mundo» (Jn 6,33). En la humanidad de Jesús se nos da la vida de Dios (Encarnación), y en el Pan de la Eucaristía, es el Señor en su humanidad y divinidad el que entrega su vida y está realmente presente (Misterio Pascual): sólo esta comunión de amor con Dios puede llenar el anhelo de nuestro corazón. En la Eucaristía Jesús nos da una presencia real en la que descansa el corazón y se da la paz.

La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa. Una vida que no ama nos cansa y empobrece, llena de soledad, nos deja vacíos. El mal cansa, agota el corazón y envenena los corazones llenos de rabia, de ira, de odio, en corazones que han perdido el sentido de la vida. Quien no perdona no puede tener paz, se cansa de no amar, se cansa de odiar, se cansa de buscar el mal, de querer el mal de los otros, se desangra en la crítica, en el juicio, en la condena. Se desgasta en la queja y en las agresiones. Pero Jesús nos trae la paz que necesita nuestro mundo, la fuerza para amar desde el misterio de la Cruz.

Jesús me acompaña, quiere quedarse conmigo para siempre, para que no sufra la soledad, se hace carne para que no me sienta aislado en mi dolor, para que crea en todo lo que yo puedo llegar a ser con su presencia, con su abrazo junto a mi, con sus palabras de ánimo. Su presencia cada día en nuestra carne nos sostiene, es un remedio en la debilidad. Esa presencia que puedo ver y tocar me ayuda a caminar confiado. Está conmigo para siempre, todos los días de mi vida, camina conmigo hasta el final.

Comulgar a Cristo es un alimento constante para mi hambre, un amparo en medio de mi pobreza. Me enriquece, me levanta. Cuando recibo a Jesús mi vida se hace más fuerte y más plena. No es algo merecido, es un don: el «verdadero pan del Cielo» que da nuestro Padre (Cf. Jn 6, 33). Es un remedio, un apoyo en medio del camino que viene a mi vida tantas veces empecatada. Viene para quedarse y darme su descanso en medio de mi cansancio.

La comunión, hermanos, puede cambiar nuestra forma de mirar y de amar. Quien comulga una y otra vez, quien comparte el pan y el vino, su Cuerpo y su Sangre aprende a ofrecer la vida. Recibir la suya es dejar lentamente que su amor vaya siendo mi amor, su mirada la mía. Jesús se queda con nosotros. No sólo se queda a mi lado, sino que queda en mí, en mi carne, en mi alma. Él se queda para hacerlo todo nuevo en mi vida. Para cambiar mi forma de ser, de estar. Cambia el cansancio en paz, la huida en encuentro, la ira en abrazo. Dejemos que nos haga como es El.

«Por eso, Él mismo se hizo “Pan de Vida” con el fin de satisfacer nuestra hambre con su amor, y luego, como si esto no fuera suficiente para Él, se convirtió él mismo en hambriento, en indigente, en desalojado, con el fin de que vosotros y yo, pudiéramos satisfacer su hambre con nuestro amor humano. Porque para esto hemos sido creados, para amar y ser amados.» Santa Teresa de Calcuta.

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«Yo soy el Pan de Vida, el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed jamás»

Evangelio Diario: «Yo soy el Pan de Vida»

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