“Qué tengo yo que mi amistad procuras. 
Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de nieve
pasas las noches del invierno obscuras.
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí!”.

Son los versos del famoso poeta español, Lope de Vega, describiendo el asombro por tanto amor de Dios, en contraste con la frialdad de nuestro corazón. ¿Como estoy dispuesto a entrar en la Navidad? Dios ha querido hacerse hombre para ver si era capaz de conmovernos el corazón y así poder entrar en nuestra vida. Cristo toca el corazón de todos los hombres para que seamos capaces de abrirle, de escucharle, de amarle. Pero Cristo sólo entra cuando nosotros se lo permitimos. Se trata de algo tan sencillo como abrir una puerta, pero tan comprometedor como dejar que entre el que está llamando, que es, nada menos, que el mismo Dios. Tan sencillo como decir: “te amo”, pero tan comprometedor como decirlo de corazón. Es tan simple como encender un fuego pero tan grave como dejar que arda.

En el Adviento se trata de quitar lo que pueda disputarle al Señor la posesión de nuestra persona; se trata de romper cualquier caparazón que nos cierre, que impida que actúe el Señor en nuestra alma. Que se ablande con la lluvia de la gracia. Intensifiquemos estos días la penitencia sacramental, la oración, la eucaristía y las buenas obras ofrecidas, que colaboran con su presencia activa, y veremos que alguien nace, porque ya viene, ya está cerca, y con Él nuestra liberación. 

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