Mi alocución sobre el Adviento que comienza

El Adviento es el tiempo en que la Iglesia celebra gozosa y confiada el misterio de las paradojas de Dios. En el misterio de la Encarnación del Verbo celebramos la paradoja de Dios hecho hombre. La liturgia no cesa de alabar el misterio por el cual el Dios Eterno se hace temporal, el Dios del cielo se hace terrenal, el Dios Inmortal se hace mortal, el Dios Impasible se hace pasible, el que no cabe en el cielo, se encierra en el seno de una virgen, el que contiene todo en su mano se deja tomar por las manos de una joven, el Pastor se ha hecho Cordero (Canto del Akathistos 18). ¿Y que decir de la vulnerabilidad de Dios, es decir, que Dios se ha hecho vulnerable al amor del hombre, se ha dejado tocar por el hombre y se ha acercado a él para darle a conocer hasta qué punto le ama, y para dejarse amar por él? A imagen del misterio de la Encarnación, también la Iglesia se presenta como un signo de contradicción para los hombres de nuestro tiempo.

Frente al realismo contumaz de los que piensan que todo seguirá igual, que nada puede cambiar, que el hombre seguirá siendo el mismo y que no vale la pena seguir intentando nada nuevo, la Iglesia vive el tiempo de Adviento como un acto de confianza en que todo puede cambiar. No cree la Iglesia que el hombre pueda mudar por sí mismo, pero vive en la certeza de que, abriéndose a la gracia de Cristo, el Redentor del hombre, puede modificar el curso de las cosas. La Iglesia vive en el optimismo de la Encarnación y aguarda con esperanza la llegada de su Señor. Mientras tanto mira con ilusión el devenir de la historia, en la que encuentra las huellas de Cristo. La espera de Adviento se convierte en una fuerza renovadora capaz de engendrar una realidad nueva, animando a creer que el presente puede ser distinto. El que vive en la esperanza se sitúa de un modo nuevo ante la realidad y está haciendo ya que ésta cambie. El Antiguo Testamento se hace diáfano, y el Nuevo Testamento, deslumbrante. El Adviento tiene fuerza creadora.

Frente al pesimismo de los que consideran que la evolución del hombre retrocede y que mañana será peor, la Iglesia afirma con rotundidad que mañana será mejor. Este mañana será mejor le brota a la Iglesia desde sus entrañas, no como un triste suspiro de resignación, sino como un grito de confiada esperanza, porque en cada cristiano hay algo de niño ingenuo que espera, como cantaba Pegy en sus poemas, aun en medio de sus dolores y desastres. Sí, lo mejor está por llegar.

Frente a los que creen que es inútil esperar porque piensan que la esperanza cristiana consiste en aguardar resignados con los brazos cruzados e inermes, la Iglesia vive el Adviento como un tiempo de paciente fortaleza.  Frente a quienes se muestran reacios a aceptar los milagros de cada día, pues para ellos son imposibles, la Iglesia vive el tiempo de Adviento como el tiempo en el que es posible soñar, ya que todo es posible para Dios. Después que Dios ha hecho madre a una joven virgen, ¿qué otros milagros no podemos esperar? «Sé realista, pide lo imposible», decía en los años 60 y 70 el repetido slogan de las jóvenes generaciones hippies y anarquistas. Ellos lo pronunciaban con ira, como expresión de sus reivindicaciones contra un mundo que les resultaba inaceptable. Pero el tiempo ha puesto al descubierto la inconsistencia de tantas de aquellas demandas y el engaño de sus utopías. Si alguien tiene derecho a pronunciar como suyo este slogan, ése es sin duda un cristiano. Podemos tener la osadía de pedir lo imposible con la certeza de que Dios tiene poder para hacerlo posible.

Frente a los que consideran que la Iglesia engaña haciéndonos poner la mirada en el cielo esperando la llegada de Cristo para mañana, ella, sin embargo, vive el tiempo de Adviento como una reivindicación realista del momento presente. A los que creen que la Iglesia vive alienada o desentendida de la realidad presente por esperar la realidad futura, ella les contesta con su actitud de Adviento. No vive en actitud pietista o pasiva. Como dice un teólogo actual, «el esperante cristiano es el operante en la dirección de lo esperado» (J. L. Ruiz de la Peña). La esperanza se convierte en aguijón, en resorte dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera. Frente a quienes defienden a ultranza que perdonar es un signo de debilidad, de rebajarse en la propia estima personal o colectiva, la Iglesia vive este tiempo un momento privilegiado para la reconciliación y el perdón, como la expresión del amor más fuerte. Con su actitud sorprendente –y a veces mal comprendida—, la Iglesia no quiere dar a entender que la ofensa, la violencia o el desprecio a la vida hayan de considerarse pecados de pequeña importancia, pero sabe que la herida del odio sólo se sana y cicatriza mediante el perdón. La Iglesia proclama que Cristo ha venido al hombre para enseñarle la fuerza invencible la reconciliación, que el perdón es más fuerte que la venganza, que el amor es más fuerte que la muerte.

El Adviento es precioso para el cristiano y a los ojos de Dios, es un privilegio, un acto admirable de condescendencia divina. Cuando parece que a todos, tan frenéticamente ocupados, nos falta tiempo, Dios tiene tiempo para nosotros, nos da su tiempo. Sí, ha entrado en la historia con su palabra y sus obras de salvación para abrirla a la eternidad, para convertirla en historia de alianza. “Ahora es tiempo de gracia, ahora es tiempo de salvación”.

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