MI MENSAJE POR LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS, Y EL DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA Y EL APOSTOLADO SEGLAR.

La solemnidad de Pentecostés nos recuerda el nacimiento de la Iglesia, donde culmina toda la obra de Cristo, que, entregándonos el don del Espíritu Santo, nos capacita para ir a todo el mundo y llevar a cabo su obra. En este día celebra la iglesia, precisamente por ello, el Dia de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. El anuncio de Jesucristo es la misión propia de la Iglesia y, con ella, la transformación y humanización del mundo en el que vivimos. Si bien la evangelización corresponde a todo el pueblo de Dios —laicos, consagrados y ministros ordenados—, dicha transformación entra de lleno en la “índole secular”, que es la nota propia y específica de los laicos, tal como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II.

A los laicos corresponde, por propia vocación, promover el reinado de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según nos enseña el evangelio. Los seglares viven en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad (cf. Lumen Gentium, 31).

Da alegría ver como muchas iniciativas de evangelización están promovidas hoy por laicos en comunión con sus pastores. Es cierto que algunos laicos son llamados a colaborar directamente con los ministros ordenados en la misión pastoral ordinaria de la Iglesia. Sin embargo, esta no es la misión más característica para la mayoría de los laicos. Dios no llama al laico a abandonar el mundo cuando profesa su fe, todo lo contario, el “mundo” se convierte en el ámbito y en el medio de su vocación, en el cual debe buscar su santificación. Todos los miembros de la Iglesia somos partícipes de la dimensión secular, pero lo somos de formas diversas. Ahora bien, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad de actuación y de función que les «es propia y peculiar». El «mundo», el ámbito secular, se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos. Aunque se percibe una mayor participación de muchos laicos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita, muchas veces, a las tareas intraeclesiales, sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. No está la plenitud del compromiso laical en su proximidad al altar, sino en la transformación cristiana del mundo.

Sigue siendo un reto importante despertar en los laicos la vocación que han recibido de Jesucristo para que, unidos a él, ejerzan su misión de ser sal y luz para el mundo, de ser la levadura que transforme la sociedad para hacerla más humana, digna y fraterna. Ellos son el rostro, la voz y los brazos de Dios en medio del mundo. Es necesario, pues, que los laicos redescubran su misión más propia y fundamental, de modo que el Espíritu Santo, por medio de sus vidas, pueda despertar el deseo de Dios en los hombres y mujeres con los que comparten su existencia, en tantos ámbitos seculares como es necesario estar, como, por ejemplo, promoviendo la dignidad de la persona, defendiendo el inviolable derecho a la vida y la libertad para invocar el nombre del Señor; han de estar en la familia, el primer campo del compromiso social, y promoviendo la caridad, alma y apoyo a la solidaridad; y siendo destinatarios y protagonistas de la política, situando al ser humano en el centro de la vida económica y social, así como evangelizando la cultura (cf. Encíclica Christifideles laici de san Juan Pablo II).

Es misión de los laicos alentar un movimiento social a favor del bien común que pasa por proponer, no imponer, la visión católica de la persona, el matrimonio y la familia, como fermento de una sociedad más fraterna, humana y sensible a los más pobres y necesitados. Su vocación exige la presencia pública de los católicos en los ambientes e instituciones civiles donde viven. Los laicos católicos son el rostro de Dios y de la Iglesia para muchas personas que lo desconocen. Para realizar esta misión, es necesario que los laicos vivan una pertenencia gozosa a la Iglesia a través de sus comunidades y que estas no dejen de sostenerlos en su tarea.

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