Este sábado vuelve nuestra Escuela de Evangelizadores, os dejo aquí toda la información. Y espero que podamos encontrarnos y seguir compartiendo experiencias de misión en el Señor.

¿Qué es evangelizar? ¿qué es ser apóstol? Sabemos que no es nuestra propia pobreza, ni nuestra técnica, ni nuestro conocimiento el que hace avanzar, sino nuestra confianza en el que de verdad lleva los designios de la historia, la vida de la Iglesia y su misión. Así lo vio San Pedro en aquella pesca milagrosa (Lc 5, 1-11).

Es casi imposible no recordar esas palabras del Evangelio que dice Jesús a Pedro: “rema mar adentro”, Duc in altum. Es casi imposible no recordar el paso del milenio, y aquella exhortación preciosa de San Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, donde queda como imagen para la Iglesia, que sigue avanzando en la historia, esta palabra decidida del Señor. Nos la repite hoy también: rema mar adentro, avanza, conmigo, ten confianza,
pero, eso sí, para pescar, para cumplir tu misión, conmigo. ¡Porque tenemos que cumplir una misión, porque estamos en el mundo para cumplir una gran misión!

Las palabras de Jesús nos recuerdan, en todos los momentos de la historia, que el Señor está con nosotros, que está en la barca de Pedro, que nos llama.

Pedro es un ejemplo precioso que queda como algo característico para nuestra vida cristiana. El Señor se ha subido en su barca para predicar, se ha alejado un poco de la orilla y en un momento avanza porque quiere realizar una pesca. El marinero de verdad, conocedor de la labor, es Pedro. Cuando el Señor le dice “echa las redes”, obviamente aquel le advierte: han estado intentando pescar toda la noche infructuosamente, y ahora, a pleno sol, parece que no es lo oportuno, no es lo razonable, no es el momento, no es lo técnicamente correcto: ¿No tenemos a veces excusas parecidas?: mis esquemas, mis planteamientos, la oportuna inoportunidad que disfraza nuestra cobardía, la propia fragilidad, el excesivo respeto a los tiempos, los propios y los ajenos…

Pero Pedro, verdaderamente inspirado -y su inspiración sirve para nosotros- intuye quién es Jesús, y le dice “en tu nombre, confiando en tu palabra, echaré las redes”. La pesca milagrosa que se produce en aquel momento es verdaderamente sorprendente, pero porque Dios quiere sorprendernos, dándonos a conocer que lo más fructífero en nuestra vida es confiar en Él, confiar en su Palabra. Porque, repito, no es nuestra pobreza, ni es nuestra técnica, ni es nuestro conocimiento el que hace avanzar a la Iglesia, sino nuestra confianza en el que de verdad lleva los designios de la historia.

Cada uno de nosotros, viendo la necesidad de nuestro mundo desde Dios, en relación con Él, ha de preguntarse por su propia vocación y misión: ¿Señor, qué quieres que haga? Y aquí no valen las excusas de valgo o no valgo, soy mejor o peor, puedo más o puedo menos, porque el Señor siempre tiene para nosotros una misión que debemos vivir y cumplir para que Él se haga presente en esa parcela del mundo, de los hombres, de la Iglesia, donde quiere llevar su gracia que es suya, contando contigo.

El Sagrado Corazón de Jesús, atravesado por amor, es la manera de contemplar Dios el mundo: en la medida en que comulguemos con Él, nuestra mirada será la misma y necesitaremos decirle: Señor, aquí estoy, envíame a mí. Cada uno entonces debe examinar su conciencia y su vida viendo si es suficientemente disponible para el Señor, si el Señor puede pedirle algo más, a qué tiene que renunciar gozosamente, por amor, porque Él, que es dueño de la viña, necesita operarios, necesita que participes en esa labor que te tiene guardada a ti, en la comunión de la Iglesia.

Que el Señor nos bendiga con la gracia de poder servirle con humildad, que es la condición para poder hacerlo con inmensa generosidad y desprendimiento de sí.

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