Es evidente que Dios Espíritu llena a toda la Iglesia, a todos los fieles sin excepción, si se dejan llevar por El. Pero es cierto que los bautizados laicos hacen suya la misión bautismal de llevar a todos el gozo de conocer y amar a Cristo, y piden singularmente su ayuda.
El Espíritu Santo viene a nuestra vida para hacernos apóstoles, con el corazón palpitante por el Evangelio, con gestos y palabras con las que consigamos transmitir misericordia y penetremos así en el corazón de las personas, motivándolas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. Esta vida fundada en el Evangelio es la vida de fe, fundada en el Amor de Cristo, que brota de la Cruz pero que llega a dar vida a cuantos soportan en su vida el peso de su cruz. Pero ya no estamos solos, pues Dios, que tanto nos ha amado, permanece haciendo morada en nosotros.
Al fin y al cabo esta es la responsabilidad que todos debemos asumir en la iglesia y en el mundo, convirtiéndonos en “evangelizadores con Espíritu”, como nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium (n. 262), marcados por la conversión a Jesucristo y la alegría del Evangelio. Reavivemos la esperanza. Seamos apóstoles llamados a evangelizar nuestra sociedad, llenos de confianza y con responsabilidad cristiana. Seamos “discípulos misioneros” de Jesucristo, personas que han conocido y creído en Él y sienten la necesidad de darlo a conocer a los demás.
Invoquemos “al Espíritu Santo para que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la iglesia en una audaz salida fuera de si para evangelizar a todos los pueblos” (EG 261). Comprobaremos que “la misión renueva la iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (RMi 2).
El Blog del Obispo Zornoza 