
Queridos amigos: ¡Cristo ha resucitado! ¡Feliz pascua de Resurrección!
La Resurrección de Cristo es el acontecimiento trascendental de la historia, un hecho que convierte nuestra vida en historia de salvación. Hablamos sin duda de un hecho que confiesa nuestra fe, pero que se trata de algo histórico, porque sucede en nuestra historia aunque la trasciende. Los evangelios nos relatan unos hechos que los apóstoles proclamaron al mundo entero, y su testimonio hizo creíble el mensaje de Jesús y la experiencia actual de su presencia entre nosotros. Cuando fueron al sepulcro lo encontraron vacío, la enorme piedra desplazada, el sudario doblado. A continuación, nos hablan de las apariciones del Señor, con quien hablan, pasean, almuerzan, durante muchos días.
Es este testimonio fidedigno el que nos asienta en el anuncio de la fe en Cristo: “Hemos visto al Señor”. De ningún modo se trata de la impresión subjetiva de unos visionarios. En ese caso no hubiesen sido las mujeres –en aquel tiempo poco dignas de crédito— las que contasen su experiencia; ni se explicaría históricamente el nacimiento inmediato de la Iglesia con la fuerza de un gozo impredecible y el testimonio que ponía en peligro su vida; tampoco se explicaría la celebración inmediata del domingo –el día del Señor— como su cita semanal identificativa con la actualización de aquella última cena de Jesús, que fue su primera misa. Los argumentos de los críticos modernos y sus complicadas teorías para desmontar las certezas cristianas chocan siempre con la solidez de los hechos que son de toda solvencia ante la crítica histórica, y que tan solo ponen de manifiesto sus prejuicios de ateos por los que no pueden aceptar que Dios intervenga en la historia. Pero, si Dios existe ¿Cómo no va a intervenir en la vida de los hombres? Esta es la gran afirmación de la revelación bíblica, que Dios ha querido caminar a nuestro lado, se ha escogido un pueblo, ha dispuesto que un salvador nos libre de la frustración y del fracaso del pecado y de la muerte, algo que parece irremediable en la vida.
Jesús ha vencido la muerte con el poder de Dios y nos asegura que sus obras y palabras son las de alguien que es más fuerte que ella, que tiene el poder supremo de Dios, que ha cambiado el destino de la humanidad, y que nos llama a seguirle para una eternidad gozosa en el amor que no pasa. Él cumple las promesas de Dios, que es fiel a su palabra, y su fidelidad no deja de sorprendernos, de modo que la resurrección nos llena de esperanza cierta. Cada día nos recuerda que este mundo puede ser mejor y más hermoso si vivimos entregando la vida siguiendo el ejemplo de Jesús, el Hijo de Dios.
Él sale a nuestro encuentro y nos trae la paz. La vida cambia y nosotros también cuando le conocemos, si nos adentramos en su amistad y vivimos como amigos suyos y discípulos. Es una plenitud de vida que se hace presente en nuestra existencia. Vivir en su presencia nos libra del temor ante la dificultad y nos hace victoriosos. Su Cuerpo y su Sangre son nuestro alimento y nos sustentan en el camino hacia la eternidad. “La Resurrección de Cristo no es solo su triunfo personal, sino también el principio de nuestra salvación y por tanto de nuestra resurrección. Lo es ahora, como liberación de la primera y fatal causa de nuestra muerte, que es el pecado, desprendimiento de la única y verdadera fuente de vida, que es Dios (Cf. Rm 4, 25; 6, 11); es como prenda de nuestra futura resurrección corporal, salvos como somos, en la esperanza que no desfallece (Rom 8, 24), para el último día, para la vida que no conoce fin (I. 6, 49 ss)” (San Pablo VI). Tomados de la mano de Jesús resucitado también nosotros podemos vivir en Dios, recordando sus palabras: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20).
Que el gozo de Cristo Resucitado llene vuestra vida con este renacer, que es ser cristiano. ¡Feliz Pascua de Resurrección!