
MI MENSAJE EN PARA LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Celebramos este domingo a Cristo, Rey del Universo. El Señor nos revela el camino del amor que nos invita a recorrer. “Para Jesús reinar no es mandar, sino obedecer al Padre, entregarse a Él para que se cumpla su diseño de amor y de salvación» (Papa Francisco). Jesús nos da ‘vida’ porque nos da a Dios. La verdad por la que Cristo ha dado la vida –y que la ha confirmado con la resurrección–, es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se manifiesta, como enseña el Concilio Vaticano II, en la “realeza” del hombre. Es necesario que, bajo esta luz, sepamos participar en toda esfera de la vida contemporánea y formarla. Cristo glorioso es Rey del universo y lo entrega al servicio del hombre que, en este tiempo, olvida que es criatura, que ha sido creado, que la vida le ha sido dada en una naturaleza creada por Dios.
En la crisis antropológica actual hemos perdido en gran medida el sentido de lo que significa ser un ser humano. Sin referencias, intentamos furiosamente formarnos a nuestra propia imagen, cambiante y proteica, a veces con consecuencias trágicas.
Aceptemos hacer nuestro el testimonio de Cristo Rey acogiendo en nuestros corazones el Reino para difundirlo entre los hombres. Los cristianos hemos de ser conscientes de las profundidades y riquezas contenidas en el patrimonio cristiano para compartirlas de manera inteligible con la sociedad en general. Si Jesús reina en nosotros nos apunta a una gran tarea cristiana: la de explicar con nuestra palabra y testimonio de vida el significado y la orientación de la existencia humana y dar testimonio del potencial de nuestra naturaleza a través de vidas santificadas.
Ser cristiano es entrar en un proceso de transformación que nos permite ver el impacto progresivo de la gracia de Cristo a lo largo del tiempo. El seguimiento de Cristo Rey nos hace vivir en una síntesis de vida que se asienta en la obediencia a la gracia, en la fraternidad, y en una conversión de vida que tiene el empeño constante de conocer, servir y amar mejor a Jesús. Un cristiano es alguien que está en movimiento hacia adelante, aunque sea bebiendo profundamente de las fuentes del pasado: la traditio indica principalmente un proceso dinámico, no paralizado en formas preconcebidas.
El gran escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn dijo que la batalla entre el bien y el mal se libra en el corazón de cada hombre. Si esto es verdad para la vida de cada ser humano, lo es también para la historia de la humanidad en su conjunto. Se trata de la perenne batalla entre el espíritu del homo viator, el hombre que sirve a Dios y el prójimo, intentado alcanzar el paraíso, y el del homo superbus, el hombre orgulloso que se niega a servir a Dios y al prójimo y arroja la vida de los demás en el altar que se ha erigido a sí mismo.»Los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz, como Jesús» –ha dicho el Papa Francisco—. Es lo contrario de vivir en el relativismo práctico: vivir como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran (cf. EG, 80).
Cuando los cristianos se acomodan demasiado al mundo se convierten en mundanos, y quieren que también la Iglesia se vuelva mundana, que sea seducida por las modas profanas y que se rinda a ellas. La mejor respuesta a esta decadencia la da Chesterton, que decía que no queremos una Iglesia que se mueva con el mundo, sino una Iglesia que mueva al mundo. Pues bien, esto nos dice el Señor: «Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”. Hay que superar la gran tentación de creer que no se puede hacer nada, que no contamos con la fuerza de Dios, que nada ni nadie vale la pena, que estamos abandonados del Señor, porque Cristo Resucitado nos asegura que no se pierde ningún esfuerzo humano por construir un mundo más fraterno y pacífico. Quien sigue la voluntad de Dios, sabe que a pesar de todos los males que sucedan, nunca perderá el triunfo final.
Recemos cada día la oración del «Padre nuestro«. Digamos «Venga a nosotros tu Reino«, que es como decirle a Jesús: vive en nosotros, Señor; que seamos tuyos, reúne a la humanidad dispersa y sufriente, para que en ti todo sea sometido al Padre de la misericordia y el amor.