
MI MENSAJE POR LA JORNADA MUNDIAL POR EL TRABAJO DECENTE
Un año mas se celebra el 7 de octubre la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, este año bajo el lema “Sin compromiso no hay trabajo decente”. Es una iniciativa impulsada en la Iglesia de España por Cáritas, la Conferencia Española de Religiosos (CONFER) , la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), Justicia y Paz, la Juventud Obrera Cristiana (JOC), entre otras. La promoción del trabajo decente ha sido un objetivo asumido por la Iglesia y se ha incorporado tanto a su magisterio social como a su práctica pastoral y sus esfuerzos por la promoción del desarrollo humano.
El trabajo decente sintetiza las aspiraciones de los trabajadores. Significa que cada uno pueda acceder a un empleo con una retribución justa, desarrollando sus capacidades; seguridad en el lugar de trabajo y protección social; mejores perspectivas de crecimiento personal; libertad para expresarse y organizarse; y la igualdad de oportunidades y trato tanto de mujeres como de hombres, superando la movilidad y lo precario que crea, cada vez más, un futuro incierto.
La llamada que hace “Iglesia por el Trabajo Decente” nos invita visibilizar las situaciones de precariedad e injusticia en la que se encuentran muchas personas trabajadoras para, de este modo, hacer frente a sus causas. Sin duda toda la sociedad se siente afectada por la situación social y económica en la que nos encontramos, pero son cerca de 3 millones las personas desempleadas en nuestro país; y 3,5 millones de personas en España no llegan a final de mes pese a tener un empleo; medio millón de personas migrantes están en una situación irregular y condenadas a sobrevivir de la economía informal; y más de un millón de accidentes laborales son los que se producen anualmente en nuestro país, 741 de los cuales resultaron mortales en 2021. En realidad hay 13,2 millones de personas (27%) que viven en pobreza y gran riesgo de exclusión.
La última crisis nos ha llevado a una situación de tensión, más allá del miedo y rechazo a la guerra, que está provocando, junto con otros factores, un empobrecimiento de la ciudadanía, que sufre más los trabajadores, cuyos sueldos se están devaluando, con la consiguiente dificultad para hacer frente a gastos básicos. Todo ello provoca un aumento de la desigualdad en nuestro mundo, en el que los pobres cada vez son más, y más pobres, mientras los demás siguen manteniendo su poder adquisitivo. La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha reclamado una justa redistribución de la riqueza, y el trabajo decente es uno de los mejores cauces para ello .
El Papa Francisco nos pide que “busquemos soluciones que nos ayuden a construir un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva, y que promueva el bien común, una base que hará del trabajo un componente esencial de nuestro cuidado de la sociedad y de la creación”. En ese sentido, el trabajo es verdaderamente humano.
Es fundamental, por todo esto, el diálogo y el compromiso para promover el bien común, para construir una sociedad sin excluidos donde el trabajo esté fundado en condiciones laborales decentes y dignas, una sociedad que ponga en el centro a las personas. Ojalá que esta toma de conciencia se vaya convirtiendo en compromiso diario por el trabajo decente, y que los agentes socioeconómicos se comprometan con el empleo de calidad, que evite la vulnerabilidad a la que se llega en estas situaciones. Luchemos por un trabajo que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer; un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos, que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación (cf. Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n.63).