
El regalo de la vocación al sacerdocio es para llenar el mundo del amor de Dios. Es para corresponderle, como hizo el santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, cuya memoria celebra la Iglesia hoy. “La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10,2). Hermanos todos: seguid pidiendo insistentemente al Señor por las vocaciones y la santidad de sus sacerdotes, que tanto necesitamos. El sacerdocio es un regalo precioso de Dios que ofrece a quienes le aman de verdad y son capaces de dejarlo todo para servirle como amigos íntimos suyos hasta compartir con Él su misión. Es Cristo quien bautiza cuando nosotros derramamos el agua sobre los neófitos, quien perdona los pecados cuando nosotros absolvemos y es su Cuerpo el que hacemos presente con nuestra palabra cuando celebramos cada día la Eucaristía.
Se que muchos jóvenes pensáis alguna vez si os está llamando Cristo a ser sacerdotes. No dejéis pasar su llamada. “¡Poneos en camino!” (Lc 10, 3), dice Jesús, para llevar su paz. Queridos jóvenes: El mundo necesita el amor de Dios, su perdón y su salvación, y no lo encontrará sin curas que por Él lo dejen todo. Pero sabed, eso sí, que Jesús mismo nos recompensa y nos da la felicidad, el ciento por uno aquí y por toda la eternidad. No temáis emprender la mejor aventura. Los necesitados os esperan. Id, pues, y decidles en su nombre: “Está con vosotros el Reino de Dios” (Lc 10,9).
“El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús. Si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moriríamos, no de pavor, sino de amor.» (Santo Cura de Ars).
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