
El Apóstol Santiago es el santo patrono de España y lo celebramos el 25 de julio. Fue elegido por Cristo con su hermano Juan para acompañarle en los momentos más duros de su vida. Fueron los únicos testigos de la Transfiguración y le acompañaron de cerca durante su agonía en Getsemaní. El apóstol Santiago murió por Cristo en la persecución que el rey Herodes Agripa I desencadenó en Jerusalén contra los cristianos. Fue sepultado en Jerusalén, pero, según la tradición, su cuerpo fue trasladado a Compostela y las reliquias del apóstol se hallan en su catedral. Su patrocinio ha marcado profundamente la fe entre nosotros y nuestra Iglesia se considera afortunada por ser apostólica y tenerle como intercesor ante Dios. Su influencia no ha quedado reducida a nuestra tierra, sino que, a través del Camino de Santiago, durante siglos, los peregrinos de todo el mundo han configurado su fe profundizando en el evangelio, en la conversión personal y en el impulso misionero. Este santuario nunca destacó por sus milagros, sino por ser el lugar donde uno podía recibir la absolución. La razón principal era la remisión de los pecados. Juan Pablo II visitó como peregrino Compostela en aquellas dos visitas de los años 1982 y 1989, llenas de sentido europeísta y evangelizador, y también Benedicto XVI.
Son multitud los peregrinos que buscan de modo especial acercarse a su sepulcro en este Año Jubilar y orientar mejor sus vidas. Experimentan alguna transformación en sus valores que puede tener efectos duraderos de por vida. Hoy como ayer, el Camino es puerta abierta a todo el mundo: «Unos hacen el Camino con profundo sentido religioso y de penitencia para llegarse a las raíces apostólicas de la fe; otros, en búsqueda de un encuentro con la fe, tal vez por primera vez, o acaso para recuperar, después de un tiempo de abandono, la fe perdida… Las diferentes actitudes pueden tener el mismo fondo en la intención. Y es la intención lo que constituye a uno en peregrino» (Mons. Barrio)
El peregrino, que hacía un largo y terrible camino, en el que le acechaban las más duras pruebas, realizaba una fructuosa operación que también nosotros deberíamos practicar: olvidarse de cuanto le rodea para adentrarse en si mismo y hacerse la pregunta capital: ¿Quién y qué soy? Al termino de la ruta, provisto ya de «gran perdonanza», se sentía un hombre nuevo capaz de reemprender la ruta de su existencia, partiendo, desde luego con premisas morales muy serias. Es algo que la sociedad actual debería hacer.
Santiago, el apóstol de Jesús, sigue anunciando el poder de Cristo Salvador que regala al hombre la resurrección. A un mundo atacado de desilusión y de cinismo le enseña a no temer y a ser buscadores de Dios, porque Dios se revela como una persona que sabe hablar y responder, y entra en la propia vida y en la historia. Este rostro visible de Dios encuentra su cumplimiento en aquel instante en el que Dios, haciéndose Él mismo hombre, entra en el tiempo. Desde entonces Jesús cuenta con nosotros, para luchar por la paz que perdura, por un mundo más justo, para apostar por la civilización del amor, que despliegue velas y acabe con todo lo que es egoísmo, tristeza, angustia y frustración. El Camino de Santiago es una ininterrumpida vía de luz que ilumina el camino de la historia y una ininterrumpida presencia de Cristo, y este hecho –que Cristo no se ha quedado en el pasado, sino que siempre ha sido contemporáneo– nos hace comprender que no se trata de un personaje como otros, sino de una realidad verdaderamente distinta, que siempre trae la luz. El peregrino que le descubre en el camino encuentra la vida. Tengamos un recuerdo especial para todos los peregrinos que buscan en el camino a Compostela ese encuentro personal con Dios y con ellos mismos. Que para todos sea un año de gracia, de júbilo, un Año Jubilar.