Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo

MI MENSAJE POR LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

La fiesta del Corpus Christi revive el misterio del Jueves Santo a la luz de la Resurrección y nos ayuda a reavivar cada año nuestra fe ante este misterio inefable. Es una fiesta solemne y visible. Durante mucho tiempo fue la única procesión en toda la cristiandad, y también la más solemne. La Eucaristía es sobre todo memorial del amor mayor que existe: dar la vida por los propios amigos, una oportunidad para profundizar en el amor por este sacramento, para profundizar en la fe. La fuerza del sacramento de la Eucaristía va, sin embargo, más allá de los muros de nuestras Iglesias. En este sacramento, el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se muestra en la procesión de nuestra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Encomendamos estas calles, estas casas y nuestra vida cotidiana, a su bondad. Con este gesto ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos y toda nuestra vida, pues sabemos que Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. La solemnidad del Corpus Christi nos conduce a la Eucaristía, “fuente y culmen de toda evangelización”.

En el Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan, que nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia Santa es hoy nuestro maná, con el que el Señor nos alimenta, es el pan del cielo con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este pan y de este modo le seguimos a Él mismo. Mientras, le pedimos que nos guíe por los caminos de nuestra historia, que muestre a la Iglesia y a sus pastores el camino mejor para llegar a la vida de los hombres; que mire a la humanidad que sufre entre tantas dificultades vitales, laborales, existenciales y dé a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma; que les conceda trabajo, justicia, consuelo y luz; y que a nadie falte el amor de Dios. Jesús nos recuerda y hace comprender que sólo a través de la participación en su Pasión, a través del «sí» a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que nos impone, nuestra vida puede madurar y alcanzar su auténtico cumplimiento.

El día del Corpus Christi celebramos también el día de la Caridad: pasemos “de la adoración al compromiso”. No podemos celebrar la solemnidad del “Corpus Christi”, memorial de encuentro y entrega de Cristo, sin vivir y experimentar la profunda e inseparable unidad entre la fe y la vida, la unidad entre la Eucaristía y la caridad. Eucaristía y Caridad están indisolublemente unidas. El pan eucarístico es pan que se parte, se comparte y se reparte. La Eucaristía es la fuente de la Caridad y del servicio caritativo y social de quienes participan en ella y la reciben. La historia del cristianismo demuestra que aquellos cristianos que más han hecho por los demás —particularmente por los pobres, los enfermos, los necesitados— han sido hombres y mujeres marcados por la Eucaristía. Es el caso de madre Teresa de Calcuta, Santa María Micaela del Santísimo Sacramento, San Vicente de Paúl, San Pío de Pietrelcina y tantos otros. No podemos permanecer ajenos al dolor y al sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas del mundo. Vivamos intensamente la fiesta de la Eucaristía, que es siempre la fiesta de Jesucristo y la fiesta del hombre. Es la fiesta del Amor de los Amores, del cuerpo y la sangre que se derrama por nosotros, por todos nosotros y por la salvación del mundo.