
MENSAJE EN LA SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN Y JORNADA POR LA VIDA
Con el lema «Acoger y cuidar la vida, don de Dios», la Iglesia celebra la Jornada por la Vida, el 25 de marzo, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, que es el misterio más excelso de nuestra fe, la encarnación del Hijo de Dios. El «sí» de la Virgen María se ha convertido en la puerta que nos ha abierto todos los tesoros de la redención. “En este sentido acoger la vida humana es el comienzo de la salvación, porque supone acoger el primer don de Dios, fundamento de todos los dones de la salvación; de ahí el empeño de la Iglesia en defender el don de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, puesto que cada vida es un don de Dios y está llamada a alcanzar la plenitud del amor” (Mensaje Subcomisión E. para la Familia y Defensa de la Vida, 2022). Por eso, «acoger y cuidar cada vida», especialmente en los momentos en los que la persona es más vulnerable, se convierte así en signo de apertura a todos los dones de Dios y testimonio de humanidad; lo que implica también custodiar la dignidad de la vida humana, luchando por erradicar situaciones en las que es puesta en riesgo: esclavitud, trata, cárceles inhumanas, guerras, delincuencia, maltrato» (id,). Estamos convencidos del valor insustituible de toda vida humana, cuya defensa hemos de asumir como un reto.
Es doloroso y lamentable “que se permita jurídicamente y se promueva la eliminación de la vida por criterios económicos o utilitarios, alegando «humanidad» y desde el emotivismo”. Hay que recordar, por tanto, la importancia de “acoger y cuidar la vida, principalmente la que se encuentra en una situación de mayor vulnerabilidad, como es el caso de los concebidos no nacidos o de los más enfermos o ancianos”.
Los cristianos hemos de ser «centinelas» del Evangelio de la vida, testigos de su belleza como don de Dios, vigilando para salvaguardarla de cualquier atentado o manipulación. Nuestro deber es respetar la dignidad de cualquier ser humano, de amarlo como a un hermano y de apoyarlo en cualquier circunstancia de su vida. No estamos obligados, por tanto, a asumir principios antropológicos contrarios a la visión cristiana del hombre, como nos proponen algunas ideologías contrarias a la antropología cristiana, aunque influyan en las leyes y quieran imponer su visión particular en la sociedad. Como sabemos, se han reconocido legalmente como nuevos “derechos” lo que en la realidad son manifestación de deseos subjetivos que niegan los auténticos derechos que deben ser protegidos y promovidos.
El primero de todos los derechos es el derecho a la vida desde su concepción hasta su conclusión natural, que «condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular, la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia» (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, n.155). Como ha dicho Francisco, con la aprobación de la ley que permite la práctica de la eutanasia, la vida humana ha quedado gravemente desprotegida, lo que incluye el descarte del enfermo o la falsa compasión hacia quien pide la muerte (cf. Discurso, 20 septiembre de 2019). Es necesario, pues, actuar siempre en conciencia, aunque estemos sometidos a influencias culturales, ideológicas o mediáticas, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, es una criatura libre, y tiene la obligación moral de buscar la verdad, ya que solo la verdad es el camino que conduce a la justicia y al bien. El hombre en su conciencia descubre una ley fundamental «que no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena en los oídos de su corazón, llamándolo a amar y hacer el bien y a evitar el mal» (GS, 16; Catecismo IC, n. 1776). Decidir y actuar según la propia conciencia constituye la prueba más grande de una libertad madura, es nuestro deber moral y un derecho fundamental inviolable.
Para “acoger y cuidar la vida, don de Dios”, vivamos el amor, que es la expresión más evidente de la libertad cristiana, y nos da fuerza y alegría para superar las dificultades del tiempo presente, poniendo nuestra confianza en Dios para hacer siempre el bien.
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