El domingo 23 de enero  (tercer domingo del tiempo ordinario) hemos celebrado el Domingo de la Palabra de Dios, una jornada instituida por el papa Francisco para que dediquemos nuestra atención al sentido, la fuerza, el valor que tiene la Palabra de Dios, para que sea un momento para la reflexión y la divulgación de la Palabra de Dios, para revivir nuestro diálogo con el Resucitado que siempre nos habla. ¡Bienaventurado el que escucha la Palabra de Dios! (cf. Lc11,28).

Sabemos bien que Dios nos habla, que a lo largo de la historia se ha comunicado con su pueblo a través de los profetas y los sabios, y que su Palabra nos ha quedado en la Biblia. Finalmente ha sido el mismo Cristo, el Verbo de Dios hecho carne, quien se ha dirigido a nosotros para consolarnos, esperanzarnos, instruirnos, y, sobre todo, para mostrar al Padre y su voluntad, y para dar a conocer su Espíritu Santo que, desde el interior, nos abre el oído para escucharle. Jesús nos habló de su Palabra como del alimento que nos llena el corazón, estableciendo un diálogo permanente con Él que nos llena de alegría. La Sagrada Escritura nos enamora de Dios y nos une a los creyentes. En efecto, es el alimento que precisamos para vivir caminando juntos como Pueblo de Dios. Desde nuestro interior nos da ilusión, esperanza y el firme deseo de seguir por el camino de Dios y haciendo presente su reino. Dios que nos habla es la luz que resuelve las dudas, que afianza las convicciones, que responde a nuestras preguntas y, cuando vibramos de corazón con Él, nos contagia sus afectos. De este modo crece nuestra fe y, si pensamos y sentimos con Él, deseamos servir a todos, ayudar a los necesitados, comunicar el gozo de esta comunión. Dice el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum, que «la Iglesia siempre ha venerado las divinas Escrituras como al mismo Cuerpo de Cristo, sin dejar nunca, especialmente en la sagrada liturgia, de alimentarse con el pan de vida de la mesa tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo«.

Deberíamos dejar cada día un espacio a la Palabra de Dios y leer la Biblia entablando una conversación serena, sabiendo que allí está el Señor para hablarnos y para revelarnos sus secretos más íntimos, porque Él nunca deja de actuar en nuestros corazones.  Y leerla en comunidad, como hacemos en Misa, y con el sentir de la Iglesia. Así descubrimos que el Señor nunca se cansa de dirigirse a su Esposa, para que pueda crecer en el amor y en el testimonio de fe. En la liturgia entramos a participar de ese diálogo del Esposo con la Iglesia, su Esposa, a la que anima y conforta, mientras ella escucha con fe, dialoga e intercede por todos al Señor. “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá” (Lc 11,9), no dice Jesús.

Os aseguro que leer cada día unos párrafos del Evangelio cambia la vida. “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero”, dice el Salmo 119. En el canal de YouTube de la diócesis podéis acceder a varias charlas que os animarán a comprender mejor la Palabra de Dios con indicaciones prácticas para vuestra oración personal y comunitaria, y para orar en familia.

Esta celebración se ha hecho coincidir con la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Un tiempo «en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad». (Papa Francisco).

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