
Comienzan para muchos las vacaciones o, al menos, el tiempo estival que nos permite un cierto cambio en nuestros hábitos, y buscamos algún descanso. En este tiempo nos confortará, sobre todo, encontrar también más sosiego en nuestro trato con Dios; nos ayudará hallar tiempo para orar con calma, para leer el evangelio, pero, sobre todo, deberíamos celebrar la eucaristía con más asiduidad y gustarla más profundamente.
La Eucaristía es la fuente de la vida cristiana pero también su culmen –como dice el Concilio Vaticano II—, una cima a la que llegar. Tiene una fuerza constitutiva de tal magnitud que crea la Iglesia. Es una fuente limpia en donde todos podemos beber, recibiendo la comunión y deteniéndonos en la adoración del Santísimo. Jesucristo se ofrece en cada eucaristía, refuerza la comunión entre los hermanos y urge a quienes se encuentran en conflicto a la reconciliación y el perdón, pues es fuente de fidelidad y de condescendencia cristiana, y nos otorga la espiritualidad de la reconciliación y el consuelo en las dificultades.
Todos estamos llamados a la plenitud de la vida. Ir a Misa es fuente de santidad que nos da la vida por Jesucristo y la fuerza del Espíritu Santo. Los discípulos de Jesús debemos caracterizarnos por la caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Quien se alimenta del “pan de vida” recibe la fuerza de transformarse en don, como subraya el Papa Francisco: “Cuando lo recibimos en la comunión, renovamos nuestra alianza con el y le permitimos que realice más y más su obra transformadora” (Gaudete et exultate, n. 157). En este manantial deben saciarse las familias, los laicos, los jóvenes y los niños porque con Cristo sufriente se establece la unión con los pobres, enfermos, perseguidos, emigrantes, y con cualquier necesitado de ayuda. Muchos mártires se entregaron con la fuerza de este alimento cotidiano imitando el don de la vida de Cristo, convirtiéndose en “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”.
La eucaristía es fuente de la misión y del servicio fraterno. También la eucaristía tiene un sentido cósmico como fuente de transformación de lo creado, y se convierte en un motor de cambio del corazón y de la sociedad, porque nos introduce en la apremiante caridad de Cristo, en el servicio de la caridad, esa caridad activa que brota de la fe. De este manantial nace la caridad para con los pobres, enfermos y marginados, que inspira tantas obras de la Iglesia que llegan hasta los confines del mundo, derramando la misericordia como un bálsamo sobre muchas heridas. En este sentido, nos ayuda a superar las dificultades del tiempo presente y a vencer las tentaciones personales o las que asedian a la sociedad, tan presionada por el individualismo y el egoísmo. Quien es asiduo a la eucaristía adquiere la primera de las actitudes cristianas que es la comunión, que nos lleva a la unidad de los bautizados y a querer la concordia para el mundo entero, por encima de las razas, lenguas y culturas. La segunda actitud es la del servicio, pues los discípulos de Cristo debemos caracterizarnos por el.
Durante el verano se celebran muchas fiestas dedicadas a la Virgen María, o visitaremos algún santuario. Ella es la mujer eucarística que nos muestra un misterio de luz. También ella nos convoca a los fieles a ponernos a la escucha. “Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la eucaristía” (Ecclesia de eucharistia, n. 62). En la eucaristía está el centro de la alabanza a Dios y de la extrema transformación del cosmos.
Os invito a vivir este verano con sosiego la eucaristía, donde encontramos siempre un camino de renovación y de gran novedad, a entrar en este horno de amor donde el corazón se transforma y encuentra fuerza y paz para irradiar su luz y calor a la humanidad sufriente, y a gustar de este maravilloso encuentro con el Señor Jesús que se ha quedado con nosotros fortaleciéndonos con su amistad.