
Jesús es el Buen Pastor, que llama y guía a sus ovejas: «las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera…. (Jn 10, 3). Somos un pensamiento del amor de Dios, no somos fruto del azar. Cada persona, de manera singular, tiene una misión amorosamente pensada por Dios. Revitalicemos y reavivemos hoy nuestra vocación, la llamada del Señor, única e irrepetible para nuestras vidas, que da plenitud y sentido. Escuchemos diariamente la voz de Dios en la oración y la vida de fe. Recemos por todas las personas que están en un momento de elección. La Iglesia y el mundo actual tienen urgente necesidad de un testimonio de vida entregada sin reserva a Dios, del testimonio de este amor esponsal de Cristo, que de modo particular haga presente el Reino de Dios entre los hombres y lo acerque al mundo. Hay una enorme necesidad de sacerdotes y consagrados según el corazón de Dios. Toda la comunidad cristiana —jóvenes y adultos— debemos orar por las vocaciones que la Iglesia necesita en nuestro contexto y en todo el mundo. Es fundamental –como ha dicho el Papa Francisco a los jóvenes— descubrir ante todo la llamada de Jesús a la amistad con Él para participar en su obra creadora y servir a los demás, y comprender así nuestra vocación misionera. Nuestra vida alcanza su plenitud en la tierra cuando se convierte en ofrenda.
No hay que descartar la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. “Nosotros no tenemos un producto que vender, sino una vida que comunicar: Dios, su vida divina, su amor misericordioso, su santidad” (Francisco, Discurso a las OMP, 1.06.2018). Quien escucha la llamada del Señor y lo sigue encontrará su plenitud, una gran felicidad compartiendo su amor de un modo más íntimo y haciendo el bien.
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“La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa”