
Dentro del Año de San José proclamado por el Santo Padre, nos acercamos ya a su Solemnidad. Podemos decir que San José nos enseña cómo ser hombres de Dios con toda normalidad. Fue en todo y siempre el hombre para Dios. Nadie acogió lo divino como él, y nadie respondió con tanta obediencia y generosidad. Él, que en toda circunstancia supo servir a Dios y actuar en nombre suyo, proteja a la Iglesia frente a los peligros de la hora actual. Los Evangelistas describen a San José como solícito custodio de Jesús, esposo atento y fiel, que ejerce la autoridad familiar con una constante actitud de servicio, “un santo humilde, un trabajador humilde, que fue considerado digno de ser Custodio del Redentor” (BENEDICTO XVI, Palabras al final de los Ejercicios Espirituales, 19 de marzo de 2011).
Es un ejemplo paradigmático de la nueva economía de la gracia: un varón cuya vida transcurrió en la humildad y el silencio, pero permitió a Dios hacer cosas grandes por su medio, y mereció oír de los labios del Hombre-Dios el dulce nombre de padre. Este protector, miembro singular de la Sagrada Familia, quedará para siempre relacionado con la defensa de la familia, más valioso aún en nuestra sociedad donde la muerte del padre eclipsa a la vez el papel de Dios como Padre, donde la autonomía individual elude la fraternidad y la responsabilidad con el otro. Fue modelo de padre y esposo virtuoso. Los que estáis casados, mirad el amor de José a María y a Jesús; los que os preparáis al matrimonio, respetad a vuestro futuro cónyuge como hizo José, porque San José revela el misterio de la paternidad de Dios sobre Cristo y sobre cada uno de nosotros.
San José nos enseña ante todo a guardar a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, y de este modo proteger, custodiar, preservar, acompañar, atender, vigilar y cuidar. Como dice el Papa Francisco, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro, cuantas veces sea necesario. Para ello San José nos llama ahora a salir de nosotros mismos, nos invita a ampliar el círculo de nuestras relaciones, incluso más allá de nuestras fronteras, reencontrándonos con los más empobrecidos y vulnerables, con los emigrantes y necesitados
José, el carpintero de Nazaret también vivió momentos difíciles marcados por la incertidumbre, la incomprensión o la escasez. En estas situaciones el hombre elegido por Dios como custodio y protector de su Hijo desplegó la obediencia de la fe, al igual que sus antepasados Abrahán o David. El primer mérito de san José es haber creído. Con toda propiedad el evangelio le califica y define como el hombre justo (Mt 1, 19). Siempre sereno, siempre flexible a la voluntad de Dios, como la caña que se dobla al soplo del viento sin romperse. ¡Cuántos cambios de residencia, de situación, de oficio! Hermanos: mirad a José, imitadle para ser flexibles, con disponibilidad a los planes de Dios. En todas partes estaréis a gusto, con gozo y alegría, trabajando con toda el alma. El fue obediente, trabajador, desinteresado, y nos sigue diciendo hoy que se puede ser importante sin recibir ninguna condecoración, y que es posible ser grande como un leal colaborador, sin pasar por encima de los demás ni infravalorando a cuantos tenemos a nuestro lado.
Los acontecimientos penosos de la pandemia que sufre nuestra sociedad nos animan aún más a buscar ahora su protección como poderoso intercesor en este tiempo de desolación, a quien Dios mismo puso como consuelo y protector haciendo las veces de padre de Jesús en la tierra. Acudamos a su intercesión para parecernos más a él. Decía Santa Teresa de Jesús que “a este santo lo puso Dios para socorrer todas las necesidades”. Oremos, pues, por sus devotos y por nuestra diócesis. Que nos proteja en nuestras necesidades, en la pandemia –sobre todo a los moribundos—, y en cualquiera de nuestros afanes; recordemos especialmente a cuantos no tienen trabajo y pasan necesidad. También a los padres, educadores, sacerdotes y seminaristas, para que realicemos con fidelidad la tarea que la Providencia nos ha asignado. Que san José nos obtenga amar a la Iglesia con entrega plena y ayude a todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación.
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