
Cuidamos más si cabe la Eucaristía en este Tiempo de Cuaresma. En el altar de la eucaristía dejamos toda nuestra vida ante Dios infinitamente poderoso y misericordioso. Esta ara donde celebramos la Misa es esa discreta escuela donde aprendemos a diario la lección más importante que Cristo nos enseñó en la Cruz: “Si el grano de trigo no muere no da fruto, pero si muere da fruto abundante”. Y también: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. Es el trono donde recibimos en nuestras manos al Resucitado, escondido en la Eucaristía, para ser entregado como alimento. Es esta permanente escuela de vida cristiana que templa nuestro espíritu para entregarnos en mil batallas, pues nos ayuda a comprender que en la cruz se hace presente la victoria pascual.
También en el altar recordamos que el Señor “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5) y encontramos el descanso seguro para nuestra debilidad “recordando las llagas del Salvador” –como le gustaba decir a San Bernardo—, sabiendo que es solamente Él quien puede salvarme (cf. S. Bernardo, Sermón 61, 3-5). Sus llagas proclaman que, en Cristo, Dios está reconciliando el mundo consigo y que su misericordia es nuestro único mérito (id.). Mirando al Redentor no dejemos de aprender y de pedir también por nosotros mismos, puestos a prueba por esta crisis que nos deja ver nuestro desamparo si no recurrimos a Dios. Nos cuesta aceptar tanto dolor, aunque comprendemos que los caminos de Dios son insondables e inescrutables (cf. Rom 11,33), pero, si estamos abiertos a la escucha, siempre nos abren a la esperanza. A esta virtud no se le escapa lo mucho que se sufre, ni esquiva en un ápice la herida honda que es la vida, pero sabe bien que eso no es todo: hay más, la vida es más, no sólo en el más allá sino también aquí en la tierra. Esta Esperanza no es un sentimiento etéreo, tiene rostro: es Jesús en persona que nos ama infinitamente, ha dado la vida por nosotros, conoce bien la cruz, y quiere para nosotros su misma gloria.
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