«Conviértete a mí», nos dice el Señor. La Cuaresma es el tiempo para redescubrir el sendero de la vida porque, como en todo viaje, lo que realmente importa es no perder de vista la meta. El Señor es la meta de nuestra peregrinación en el mundo y la ruta se traza en relación a Él. Sin embargo nuestras pasiones desordenadas nos ahogan en nosotros mismos y la cultura de la apariencia, hoy dominante, nos engaña y nos lleva a vivir para las cosas que pasan. Nos ayuda el signo de la ceniza, que quiere expresar el reconocimiento de nuestra condición humana, tan limitada y corruptible. La ceniza habla de caducidad, de lo perecedero, aunque también es signo de la posibilidad de resurgir. En el fuego quedan siempre en el rescoldo las cenizas, y ¡lo mejor está por venir!

“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”, dice Jesús. Nuestro corazón es como un imán que necesita adherirse a algo, pues nuestra vocación es el amor y éste impregna todo nuestro ser: la necesidad de amar y ser amados. Si sólo se adhiere a las cosas terrenales se convierte antes o después en esclavo de ellas: las cosas que están a nuestro servicio acaban convirtiéndose en cosas a las que servir. La apariencia exterior, el dinero, la carrera, los pasatiempos se convertirán entonces en ídolos que nos utilizarán, si vivimos para ellos. Son sirenas que nos encantan y luego nos abandonan a la deriva. En cambio, si el corazón se adhiere a lo que no pasa —al Señor que tanto nos ama—, nos encontramos a nosotros mismos y seremos libres. La Cuaresma es así un tiempo de gracia para liberar el corazón de las vanidades, para recuperarnos de las adicciones que nos seducen, un tiempo para fijar la mirada en lo que permanece. Jesús en la cruz nos orienta al cielo, pues su amor nos seduce e invita a seguirle.

Las tres herramientas clásicas de conversión que en todas las épocas recomienda la Iglesia y han usado los santos son: la oración, el ayuno y la limosna. La oración,  nos acerca al amor de Dios y nos da su mirada compasiva para reconocer en el hermano, y en especial el que sufre, el rostro de Cristo.  El ayuno nos hace desprendernos de lo superfluo, volver a lo esencial, poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestra valoración de la vida, asumir los criterios del evangelio. La limosna es amor activo capaz de compartir las penas y las carencias, hasta ver las necesidades del otro como propias y cargar con los dolores ajenos, intentando remediar en lo posible sus problemas.

Este es el tiempo, desde hoy hasta el Domingo de Pascua, en el que el Espíritu Santo vuelve a hacer contemporáneo a Cristo, su entrega salvadora y la fuerza de su Resurrección por medio de los sacramentos y la caridad. Sí, hoy más que nunca necesitamos ser salvados. Salvados del egoísmo, de la desesperanza y la apatía. Necesitamos ser puestos en pie, resucitados, regenerados en nuestra dignidad, llamados y lanzados a la misión. No hay tiempo para lamentarnos. Es hora de actuar. Es hora de amar. “El tiempo se ha cumplido: convertíos y creed en la Buena Noticia”. En esta Cuaresma caminemos con intensidad hacia la luz de la Pascua. Te dejo AQUÍ algunos recursos que pueden ayudarte. ¡Feliz y santa cuaresma!

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