MI MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA

El día 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Esta fiesta recuerda el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, consagración de todos los que siguen a Jesús por amor al reino de Dios. El don de este estado de vida pertenece a la santidad de la Iglesia, pues los consejos evangélicos, aceptados como auténtica regla de vida, refuerzan la fe, la esperanza y la caridad, y les unen aún más a Dios. El lema de este año quiere ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca y dedicarle su vida: La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”. Demos gracias a Dios y pidamos por ellos.

¿Quiénes son las personas consagradas a Dios? Todos conocemos a religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza o a la caridad, que trabajan por los demás habiendo elegido seguir más de cerca a Cristo mediante la práctica de los consejos evangélicos, esto es, han hecho unos votos religiosos por los que se entregan sin reserva Dios y a aquello para lo que han sido llamados por Él. ¡Qué testimonio el de estos hombres y mujeres que, en medio de innumerables desafíos, al borde del camino o en el rincón más inhóspito de una barriada cualquiera, se convierten en ayuda para las heridas del mundo! En la actualidad también ayudan con una mirada especial a personas que experimentan nuevas formas de injusticia, aflicción y desesperanza, o a los afectados por la Covid-19.

Los consagrados se sienten llamados en todos esos rostros de los descartados; en todas las cunetas de nuestra sociedad encuentran a Cristo sediento, maltratado, abusado, extranjero o encarcelado; en todos esos abismos de la humanidad se arrodillan y se entregan, haciéndose prójimos de cada uno sin excepción. Conocen las luchas y los dolores de la existencia en carne propia y ajena. Aprenden en la escuela de Cristo cómo acoger con profundidad y generosidad la fragilidad del día a día y el cáliz de angustia de las horas más amargas: las suyas y las de todos. Oran, piden y alaban al Dios de los pobres, que se compadece de sus hijos y los levanta hacia la Vida que no acaba. Continúan la obra de la evangelización y de testimonio en todos los continentes dando su vida a veces hasta en el martirio. Están en todos los ámbitos de la Iglesia y del mundo. Por su corazón misericordioso y misionero son como una parábola de la fraternidad humana; pero también, por su corazón contemplativo y profético, son parábola de la fraternidad divina. Ellos se atreven a elegir con alegría la pobreza y la sencillez del Señor, que encarna la Verdad, allí donde otros cabalgan a lomos del desenfreno y la avidez; sueñan con abrazar cabalmente el amor del Señor, que ensancha la Vida, allí donde otros se dejan arrastrar por la frivolidad y el orgullo.

Dentro del pueblo de Dios las personas consagradas son como centinelas que descubren y anuncian la vida nueva ya presente en nuestra historia. Con su entrega incondicional a la persona de Cristo y a su Iglesia, tienen la misión particular de recordar a todos la vocación universal a la santidad y la belleza del seguimiento de Cristo al que todos estamos llamados por Él.

Demos gracias a Dios por ellos y pidamos para que, con la luz de Cristo, cada uno en su carisma de vida contemplativa o apostólica, sigan cooperando a la vida y a la misión de la Iglesia en el mundo; que alimenten una fe capaz de iluminar su vocación, en el silencio de la adoración, estando con Él, con la alegría de compartir la vida, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. Y cuando la dureza y el peso de la cruz se hagan notar, que no duden de que en la cruz se hace presente la victoria pascual. Que sigan tejiendo lazos samaritanos hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia, y que con ellos escuchemos una vez más la voz de Jesucristo, el Buen Samaritano, que nos dice: «Anda, entonces, y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37).

 Mi Carta a los Consagrados en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

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