Estamos leyendo en las lecturas diarias de la Eucaristía el Evangelio según San Marcos. Los especialistas coinciden en afirmar que su estructura, brevedad y finalidad lo hacen ser como un pequeño catecumenado que quiere propiciar el encuentro progresivo con «Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios» (Cf. Mc 1, 1). En el fondo todo el Evangelio nos lleva pedagógicamente al encuentro con Jesús, y a la profundización progresiva en su persona: qué significa que Jesús es Mesías, Hijo de Dios, para cada uno de nosotros. Todo el relato, pasando por el asombro de muchos frente a sus palabras y milagros, el seguimiento de los discípulos y apóstoles, las diatribas con los Fariseos y escribas por la cuestión del sábado o el ayuno, la confesión central de Pedro (Cf. Mc 8, 29), los anuncios de la Pasión, nos lleva magistralmente a la que parece la revelación y manifestación plena, en boca del Centurión romano, que en la debilidad de la Cruz, proclama el poder de Dios: «verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios» (Mc 15, 39). Orar y leer el Evangelio según San Marcos en casa nos ayuda a encontrarnos en más profundidad con el Señor.

El encuentro con Jesús Resucitado en el camino de Damasco transformó la vida de San Pablo (Hch 22, 3-16), de perseguidor del cristianismo a Apóstol del Señor. Hoy conmemoramos este acontecimiento. Decía Benedicto XVI en su Encíclica Deus Caritas Est (n. 1) algo muy oportuno y recordado: que no se comienza a ser cristiano por una ideología, un pensamiento moral, una filosofía, sino a partir de un encuentro con la persona del Hijo de Dios, con Jesús (Cf. DCE, n. 1). Como decía, el esquema de encuentro que nos refleja el texto de San Marcos nos sigue sirviendo hoy, a los hombres que queremos encontrarnos con Dios. Todos somos buscadores, aunque muchas veces este deseo de búsqueda, en esta sociedad secularizada e ideologizada, se ha quedado en un nivel terreno, puramente pragmático, cercenado de sus grandes aspiraciones. Muchas veces la búsqueda de la felicidad, a la que no podemos renunciar, queda reducida a lo material, a tener un empleo, riqueza, poder, placer, lugares donde alguno piensa que pueden quedar satisfechos todos sus deseos. Pero estos deseos manifiestan a un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, y las respuestas que encuentra en la vida terrena son muy limitadas. Incluso cuando conseguimos vivir el amor familiar, matrimonial, vemos como todo pasa, la vida nos desprende de tantas y tantas ilusiones, algo nos va diciendo que ese deseo de amor ha de dirigirse a un amor infinito que nos llene el corazón, y para siempre, y que debemos vivir para siempre, y que nuestros anhelos de justicia, amor y paz han de verse colmados. Por eso, ¡qué importante es estimular y reconocer los deseos de infinito que tiene el corazón del hombre!

Cuando somos capaces de encontrarnos con que nuestros propios deseos no se sacian fácilmente aquí, el hombre se abre a una búsqueda de aquello que solamente Dios puede llenar. El encuentro con Jesús sigue dando la respuesta al corazón del hombre. Todo hombre está llamado a encontrarse con Él, que es Dios mismo, Dios Amor, que llena el corazón en esta vida, y por toda la eternidad.

En un mundo donde todo parece un objeto que consumir con avidez, erotizado, presidido en los medios, las películas, la publicidad, por lo puramente emotivo, y que dificulta el encuentro con Dios, se impide una relación que está llamada a algo mucho más grande que quedarse en la bajeza de los instintos, aparentemente intocables, pues se rigen por la implacable ley del deseo, y todo lo que uno desee no debe ser frenado.- El hedonismo que impera en nuestra cultura ahoga los deseos más auténticos y profundos de nuestro corazón, hecho para el Amor más sublime.

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