MI MENSAJE A LAS PUERTAS DE LA NAVIDAD

Estamos a las puertas de la Navidad. Jesús viene para sanar y liberar, para proclamar un tiempo de gracia y de salvación, y en la noche de Belén comienza la redención del mundo. El Señor esta muy cerca de nosotros, viene a nosotros como niño, para que podamos acogerle y amarle, pero es Él quien abraza al hombre en su totalidad. Sabemos que la «cercanía» de Dios no es tanto una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor:  el amor nos acerca y nos hace compartir todo lo nuestro.  

Tenemos que recuperar el asombro ante el Misterio. La verdadera alegría de la Navidad es Jesús mismo que con su nacimiento viene a disipar las tinieblas del pecado y envolvernos en su luz maravillosa. Con Él nos reconocemos salvados en medio de las pruebas de la vida. El sacrificio, el dolor, no deben hacernos perder esa alegría, al contrario. Jesús viene a salvarnos de nuestros egoísmos, vanidades y ambiciones, de las falsas ideologías, de ilusiones artificiales que no pueden darnos la verdadera esperanza, de economías inhumanas que nos hacen esclavos. Jesús nos trae una alegría que proviene de la unión con Dios. Con ella superamos los disgustos de la vida y la tristeza de los contratiempos. Alegrémonos porque vuelve a nacer el Sol de justicia que lanza su luz sobre nuestro mundo. 

La luz en estos días quiere llenarlo todo, desde nuestros árboles de Navidad familiares hasta las calles más remotas del mundo, recordándonos que su luz ha de llegar a todas partes: a nuestra Iglesia en sus dificultades y desafíos, para que siga viviendo intensamente la fe; a nuestro mundo, un tanto engreído que quiere progresar al margen de Dios; a nuestras familias, a nuestros jóvenes y ancianos, a nuestros hermanos más pobres y desfavorecidos, a los enfermos, a todos.  En cada alma hay un anhelo de Dios, la capacidad de encontrarlo. Cuando vemos al Dios que se ha hecho niño se nos abre el corazón. Dios viene a nosotros como hombre, para que nosotros nos hagamos verdaderamente humanos –como se dice en la Liturgia de la Navidad—. «En efecto, ¿para qué te serviría que Cristo haya venido hecho carne una vez, si Él no llega hasta tu alma? Oremos para venga a nosotros cotidianamente y podamos decir: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20)» (Orígenes, in Lc 22,3).

Dios quiere compartir con nosotros su alegría eterna acompañándonos en el drama de la existencia, aunque a veces se presenta como pidiendo posada. Quien abre de par en par su corazón a Cristo experimenta un gozo inmenso que ilumina todo, desde sus sentimientos y afectos hasta sus éxitos y fracasos. Su amor acude como un bálsamo sobre nuestros corazones dolientes y nuestras preocupaciones. Pero ¿qué pasaría si María y José llamaran a mi puerta? ¿Habría lugar para ellos? ¡Sería una pena que estuviéramos tan «llenos» de nosotros mismos que ya no quedase espacio para Dios! Cuando esto sucede tampoco queda espacio para los demás.

Amigos: El Señor está presente, y ésta es una noticia que no puede dejarnos indiferentes, porque si es verdadera todo cambia y también me afecta. Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros». Ya no es el Dios lejano que se puede intuir desde lejos, sino que Él ha entrado en el mundo, es quien está a nuestro lado. Pues bien, dejémonos conducir por los pastores que reconocen en el Niño de Belén al Dios escondido y pongamos a sus pies nuestros dones, o como los reyes que, sin embargo, vinieron de lejos. Cada uno ha de recorrer su propio camino hasta encontrarlo. Para eso tenemos que ponernos en marcha para ir como ellos a Belén. Hemos de pedir que nos dé la capacidad de superar nuestros límites y que nos ayude a encontrarlo.

Los ángeles que cantaban «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace» transmiten sencillamente la alegría de conocer la gloria de Dios, y así contagiaron su gozo a los pastores, y a nosotros hoy. Con la gloria de Dios en las alturas, se relaciona la paz en la tierra a los hombres. Dios es bueno, es el verdadero bien, y en aquel Niño acostado en el pesebre Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor, y nos trae la paz.

Dios se ha hecho nuestro prójimo y nos ha hecho hermanos. A pesar de los inconvenientes de este año no dejemos solo a nadie, encontremos medios para compartir la ternura de Dios, nuestro afecto y nuestros bienes con los necesitados. No olvidemos a los pobres. Llevemos esperanza a los enfermos y que no falte nuestra oración en común.

Señor Jesús, tú que has nacido en Belén, ven con nosotros. Entra en mi vida, en mi alma; ven a nosotros, transfórmanos y renueva nuestro mundo.

¡Os deseo a todos Feliz Navidad! Le pido al Señor que os llene de alegría y de paz; de su ternura, de esperanza y de amor.

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