MI MENSAJE PARA EL DÍA DE CRISTO REY

Celebramos este domingo a Cristo Rey, esto es, la realeza de Jesucristo, quien por medio de su resurrección ha sido constituido rey sobre toda la creación. Este Ungido sigue siendo el Buen Pastor y deja claro en el evangelio cómo es su realeza: su reino no debe nada a las riquezas ni al prestigio –poderes de este mundo—, sino que se reserva a los pequeños y pobres, a los hambrientos y perseguidos a quienes llamó ya bienaventurados. Quien predicó la Buena Nueva a los pobres los llevará para siempre consigo, son los benditos del Padre.
El Reino de Dios está fundado en el amor. Nuestra vida, por eso, será juzgada sobre el amor, no el poder, el dinero, el placer… ¡podemos confiar en el amor de Dios! El santo cura de Ars predicaba que debíamos tener un corazón derretido en la caridad. La impresionante novedad de ser cristiano es que Jesús no nos llama a ser espectadores del amor de Dios, sino sus más íntimos colaboradores, esto es, plenamente responsables. “Cristianos -decía S. Juan Crisóstomo- sois los responsables del mundo, y se os pedirá cuentas de él.
Los cristianos somos “la gente del Rey” que ha ganado la batalla de la vida. En el juicio que llevará a cabo el Rey-Juez, los hombres deberán dar cuenta de todos sus actos. Se refiere el evangelio a las obras de caridad y misericordia. Una vez más, Jesús llega al extremo en su Amor. Sin embargo, a los que Jesús llama “malvados” en la predicación sobre el juicio final, no parece que hayan cometido grandes pecados de hecho, sino que son negligentes en hacer el bien, por sus pecados de omisión. Ningún texto del evangelio expresa con más claridad la idea de que abstenerse de servir es tan grave como el mismo pecado. Seamos, pues, consecuentes, con un amor activo que transforme el mundo. No dejemos que crezca el mal sin hacer nada. Seamos constructores del bien común trabajando por una sociedad más justa, en libertad, defendiendo los derechos humanos conculcados, ayudando a los demás, compartiendo el tiempo y los bienes, aportando lo mejor de cada uno.
Pero debemos preguntarnos: ¿Jesucristo es mi Rey? ¿Amo con su amor? Esto nos ayudará a estar alerta de manera permanente, no dejando pasar la oportunidad de poner en juego todas nuestras capacidades y dones para vivir en su Reino. También en esa “caridad política” de la que habla Francisco en Fratelli tutti. No podemos quedar impasibles ante los atropellos a la vida –en el aborto o la eutanasia—, ante la falta de libertad para educar, ante los marginados y descartados de la sociedad en esta sociedad en crisis, ante los emigrantes. Dejemos que Cristo nos libere de este mundo viejo. Nuestra fe en Él vence los miedos y las miserias, y nos da acceso a un mundo nuevo donde la verdad y la libertad no son una parodia. La misión de la Iglesia siempre será anunciar y dar testimonio de Cristo, para que todo hombre pueda realizar plenamente su vocación. Su Reino no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia.
Hoy es la fiesta de los agradecidos del amor de Dios -los pobres, mendigos, desvalidos…- porque Dios escribe recto con renglones torcidos. Dios sabe encontrar siempre al hombre y convierte sus descarríos en caminos. Es posible confiar en el poder de Dios: aunque no triunfe siempre en esta vida, al final triunfará la verdad, la justicia, la paz.
Jesucristo es el Señor de la historia que ha venido a salvarnos. Nos enseña a reinar sirviendo. Vale la pena vivir como discípulos del Rey actuando en la vida con su amor. Mientras tanto, le pedimos con esperanza: “Venga a nosotros tu Reino”.
La Cruz “no es el ‘no’ de Dios al mundo, sino su ‘sí’ de amor”.