DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO, 9 DE AGOSTO

Mt 14, 22-33

22 Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. 23 Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. 24 Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 25 A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26 Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma. 27 Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». 28 Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». 29 Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; 30 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». 31 Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». 32 En cuanto subieron a la barca amainó el viento. 33 Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

DEL OBISPO: “La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa”

«La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa. Una vida que no ama nos cansa y empobrece, llena de soledad, nos deja vacíos. El mal cansa, agota el corazón y envenena los corazones llenos de rabia, de ira, de odio, en corazones que han perdido el sentido de la vida. Quien no perdona no puede tener paz, se cansa de no amar, se cansa de odiar, se cansa de buscar el mal, de querer el mal de los otros, se desangra en la crítica, en el juicio, en la condena. Se desgasta en la queja y en las agresiones. Pero Jesús nos trae la paz que necesita nuestro mundo, la fuerza para amar desde el misterio de la Cruz.

Jesús me acompaña, quiere quedarse conmigo para siempre, para que no sufra la soledad, se hace carne para que no me sienta aislado en mi dolor, para que crea en todo lo que yo puedo llegar a ser con su presencia, con su abrazo junto a mi, con sus palabras de ánimo. Su presencia cada día en nuestra carne nos sostiene, es un remedio en la debilidad. Esa presencia que puedo ver y tocar me ayuda a caminar confiado. Está conmigo para siempre, todos los días de mi vida, camina conmigo hasta el final.» Cf. “La cercanía de Jesús a nuestro lado nos descansa, porque el amor verdadero no nos cansa”

San Agustín. Sermón: ¡Señor, sálvame, que me hundo!

Este es también el significado de lo que se nos acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Y a una orden del Señor, Pedro caminó efectivamente sobre las aguas, consciente de no poder hacerlo por sí mismo. Pudo la fe lo que la humana debilidad era incapaz de hacer. Estos son los seguros de la Iglesia. Ordénelo el Dios hombre y el hombre podrá lo imposible. Ven —dijo —. Y Pedro bajó y echó a andar sobre las aguas: pudo hacerlo porque lo había ordenado la Piedra. He aquí de lo que Pedro es capaz en nombre del Señor; ¿qué es lo que puede por sí mismo? Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame, ¡que me hundo! Confió en el Señor, pudo en el Señor; titubeó como hombre, retornó al Señor. En seguida extendió la ayuda de su diestra, agarró al que se estaba hundiendo, increpó al desconfiado: ¡Qué poca fe!

Bueno, hermanos, que hemos de terminar el sermón. Considerad al mundo como si fuera el mar: viento huracanado, tempestad violenta. Para cada uno de nosotros, sus pasiones son su tempestad. Amas a Dios: andas sobre el mar, bajo tus pies ruge el oleaje del mundo. Amas al mundo: te engullirá. Sabe devorar, que no soportar, a sus adoradores. Pero cuando al soplo de la concupiscencia fluctúa tu corazón, para vencer tu sensualidad invoca su divinidad. Y si tu pie vacila, si titubeas, si hay algo que no logras superar, si empiezas a hundirte, di: ¡Señor, sálvame, que me hundo! Pues sólo te libra de la muerte de la carne, el que en la carne murió por ti.

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