Celebramos la Fiesta de Santo Tomás, Apóstol, que reconoce a Jesús Resucitado en la experiencia de sus llagas y su costado abierto. Es una vivencia de fe en la que participamos todos, con tal de abrirnos a su gracia, y que nos impulsa a ser «presencia» de Jesús en medio del mundo; de esperanza en Aquel que ha triunfado sobre la muerte y el sufrimiento; de fe y amor, porque es el Amor el que ha vencido a toda la fuerza del mal.

Cristo resucitado se presentó una y otra vez ante los apóstoles para asegurar la certeza de su resurrección, y por tanto el valor de su muerte redentora que nos trae la salvación. Les quita el miedo y les trae la paz, la alegría y el dinamismo apostólico. Quien nos trae la paz ha vencido al pecado y la muerte, ha aniquilado las fuerzas hostiles y trae la alegría eterna al mundo. A nosotros también nos afianza en la fe y nos comunica su dinamismo extraordinario capaz de transformarlo todo. Nos da a cada uno una vocación y misión que continúa la suya.

Para aprender también nosotros a ser misericordiosos con todos invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus brazos la Misericordia de Dios hecha hombre. Es la Reina del Cielo, que se alegra por el triunfo de Cristo Resucitado, porque es el triunfo del amor misericordioso que ella misma vivió con entrañas de madre, con humildad de esclava, y que nos ofrece ahora como Mediadora.

Como en Santo Tomás, la experiencia del Resucitado no elude la muerte, ni elimina la Pasión. Cristo no oculta sus llagas, pues el mensaje de la resurrección es que la misericordia ha triunfado. Reconocer, en la fe, al Señor resucitado, equivale a proclamar la clemencia del Señor, a contemplar su costado traspasado, a dirigirnos con confianza y agradecimiento al Corazón de Cristo donde vemos la encarnación de la misericordia de Dios.

Que caigan todas las resistencias a creer, como las de Tomás, que reconozcamos siempre al Señor y su poder que disipa todo temor. Que amemos a la Iglesia apostólica que con el poder de su Señor sigue obrando milagros y curaciones en el mundo entero, buscada por la muchedumbre que quiere tocar a Cristo. Que acojamos cada día mejor a Cristo que vive para siempre y tiene las llaves del de la muerte y el infierno, que tiene el poder de resucitar a los muertos y de dar vida al que quiere (cf Jn 5,21).

Llenos de la Paz de Cristo, de su alegría y de dinamismo apostólico, con la fuerza de Dios que vence los obstáculos hagamos la más sencilla y profunda profesión de fe con las palabras de Tomás: “Señor mío y Dios mio”.

Sagrado Corazón de Jesús: “No olvidemos esto… es pura misericordia. ¡Vayamos a Jesús!”

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