
MI HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI, JUNIO DE 2020.
«¿Cómo no pensar hoy en el hambre que padece la sociedad? ¿No ha quedado al descubierto su miedo a la muerte, la pandemia de la soledad, la necesidad de respuestas, la falta de confianza en quien pueda sostener la existencia? En la Eucaristía nos responde el Señor porque Jesucristo es el único que puede dar respuesta a los grandes problemas de nuestro mundo, a la soledad y la angustia de tantos hermanos nuestros que han perdido la experiencia de Dios –pues ha desaparecido del horizonte de su vida diaria— que han olvidado a Dios. En el eclipse de Dios de la sociedad contemporánea o arrastrados por una cierta apostasía silenciosa –con abundancia de bienes o con carencia de ellos—muchos han regresado a la hambruna espiritual de la vida egoísta y desvinculada de afectos duraderos, al narcisismo y la autocomplacencia, al vacío de sentido y al hambre del corazón insatisfecho. No descansemos hasta que se reencuentren con Cristo y participen ellos también de la mesa cálida y familiar de la Iglesia. Con Jesús desaparece el miedo, el temor a los peligros del desierto y la angustia de las noches oscuras. El Señor prepara a los fieles, por medio de la fe, para vivir confiados, amados, con sentido, con alegría. Invitemos a todos a vivir la fe en esta mesa donde, alimentados por Dios, descansa el corazón y recobramos el sentido, la fraternidad y la paz. Este pan nos abre el camino a la plenitud, a la justicia, la libertad y la paz.»