La Pascua es tiempo propicio para hacer memoria de nuestro Bautismo, por el que hemos sido incorporados a Dios para vivir Su Vida, muriendo junto con Cristo al pecado y renaciendo a una vida nueva: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.» (Jn 3, 5s) La Iglesia aconseja sustituir los Domingos de Pascua el Acto Penitencial de la Misa por la Aspersión con agua bendita. Este gesto simboliza expresivamente el significado de la salvación y la renovación de la gracia bautismal. Así escribe San Pablo a los Colosenses: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios; aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 1-3).

En un discurso sobre los sacramentos, San Ambrosio observaba justamente: “Dios, por tanto, te ha ungido, Cristo te ha sellado con su sello. ¿De qué forma? Has sido marcado para recibir la impronta de su cruz, para configurarte a su pasión. Has recibido el sello que te ha hecho semejante a Él, para que puedas resucitar a imagen de Él que fue crucificado al pecado y vive para Dios. Tu hombre viejo ha sido inmerso en la fuente, ha sido crucificado en el pecado, pero ha resucitado para Dios” (Discurso VI, 2, 7). Quien nos ha mandado amar como Él mismo nos amó nos capacita para hacerlo colaborando con su gracia. Llenémonos de sus criterios y sentimientos meditando la Palabra de Dios, con decisión por corresponder al don de su amor. Vivir en su amor es también aceptar la gracia, rechazar el pecado y ser dóciles a las mociones del Espíritu hasta hacer nuestro anhelo vivir según las bienaventuranzas. Cada día se convierte así en una oportunidad para renovar la gracia bautismal.

Querer la santidad se expresa mediante el empeño apostólico, aceptando con sano realismo las tribulaciones y las persecuciones, acordándose siempre de lo que dijo Jesús: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros… Tendréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza: ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 15, 18; 16, 33). Se expresa, por fin, mediante el ideal de la caridad, por el que el cristiano, como buen samaritano, aun sufriendo por tantas situaciones dolorosas en que se encuentra la humanidad, se halla siempre implicado de alguna forma en las obras de misericordia temporales y espirituales, rompiendo constantemente el muro del egoísmo y manifestando así de modo concreto el amor del Padre.

Vivimos tiempos difíciles. Sin embargo, cada cristiano ve con los mismos ojos de Pedro y de los Apóstoles, y está convencido de la resurrección gloriosa de Cristo crucificado y por ello cree totalmente en Él, camino, verdad, vida y luz del mundo, y lo anuncia con su propia vida, con su palabra y su manera de actuar, con serenidad y valentía. La mirada sobrenatural nos hace contemplar los sucesos y las personas con esperanza y responsabilidad, dispuestos siempre a ser levadura cristiana en medio del mundo, al que nos entregamos con caridad para que sea mejor. El testimonio pascual se convierte, de este modo en la característica especifica del cristiano.

El Señor nos ama, el Señor nos consuela, el Señor nos invita a vivir como Él, en el amor que aquí cambia el mundo y que será el sustento de la felicidad eterna en el cielo.

Evangelio de Hoy

Si escuchamos hoy en intimidad las confidencias del Señor

Recursos para la oración en Pascua

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