MI MEDITACIÓN PARA EL VIERNES SANTO.
Hoy, Viernes Santo, contemplamos la Pasión del Señor y, postrados, adoramos su Cruz. En la Cruz podemos ver la misericordia infinita de Dios por los hombres, que su amor es un abismo insondable, una cumbre desde donde se ve la inmensidad del mundo redimido, como cuando uno sube a una elevada cima y ve la tierra a sus pies. Se comprende que el núcleo de la predicación del evangelio sea el acontecimiento de la muerte y de la Resurrección de Cristo del que hablan siempre los apóstoles.
Dice San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,19). ¿Que quiere decir el apóstol? La Cruz no es un espectáculo para mirar desde afuera. Dios llama a la humanidad a la conversión, a pasar por la puerta estrecha, por donde Cristo nos ha precedido. Cristo es mucho más que un pionero, es la cabeza de un cuerpo que es la Iglesia y nos ofrece ante todo la salvación, fruto de la Cruz, antes de pedirnos tomar parte en ella.
En el camino de la vida espiritual la Cruz no es una llamada nueva de Dios, lejos de lo que vivimos cada día. La Cruz, fuente de vida, es más bien una llamada a dar la vida. Pero, precisamente por esto, Dios nos llama antes a vivirla, a compartir su intimidad, a estar con Él para predicar el evangelio, experimentando la fuerza del amor por el que se entrega la vida.
“¿No convenía que Cristo sufriera para entrar en su gloria?”, dirá Jesús más tarde a los discípulos de Emaús. Nuestra salvación pasa por participar en la Cruz de Cristo. Solamente a su luz conocemos nuestros pecados y el regalo de la salvación. Se nos ofrece hacerla nuestra en las pruebas más duras abandonándonos al designio de Dios: “Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero, si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Vencer el mal con la fuerza del amor de Cristo es el combate espiritual que el cristiano debe hacer a lo largo de su vida, la lucha contra las pasiones y las tentaciones. Y la lucha por entregarnos haciendo siempre su voluntad, con generosidad total. Por esto San Agustín pedía: “Dame lo que tu me mandes, y mándame lo que tu quieras” (Confesiones, Libro X, XXIX).
Un famoso marxista llegó a decir: “En Jesús no fue clavado en la cruz un fanático inofensivo, sino que aconteció el advenimiento de un hombre que invierte los valores del mundo presente” (E. Bloch, El ateísmo en el cristianismo, 1968). En efecto, pero, también hay que decir que en la Cruz encontramos el epicentro de la revelación de Dios, del Dios que es Amor, que toma nuestra naturaleza y muere amando. Adoremos al Señor y supliquemos que Dios nos conceda amar como el nos ama, abrazados a la Cruz, fuente de vida y misericordia.
Antes de morir dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. Digamos ahora nosotros: ¡Sí! ¡Aquí comienza la vida!. San Juan indica claramente en su evangelio el camino que transforma la Cruz en Resurrección: “Miraran al que traspasaron”(19,37). Mirando con amor a Cristo crucificado se aprende a transformar el dolor en donación y la debilidad en fuerza que renueva la creación y la historia. “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor 12,9).
“Ved la Cruz del Salvador, donde pende la salvación del mundo”. Cristo es Dios, el Señor, pero ha decidido reinar desde la cruz.
¡Oh, cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!
TE INTERESA
Más palabras del Obispo y Recursos de Semana Santa