Hoy celebramos la Solemnidad de la Anunciación, que es la fiesta de la Encarnación, fijada pedagógicamente nueve meses antes del nacimiento de Jesús. Es, pues, una fiesta cristológica y mariana: “El Verbo se hace hijo de María y Maria se hace Madre de Dios”. Dios salva al hombre y establece una singular alianza con el, de modo que interviene haciéndose niño y ofreciendo su vida, y Maria consiente. De aquí en adelante queda claro que Nuestra Señora está ligada de modo privilegiado a Cristo: es la «Madre de Dios«, la «llena de gracia«; y por tanto, a la obra de la redención, para la cual en Ella encontramos la puerta más segura, también en esta Cuaresma, tiempo de conversión.

Junto a ella aprendemos a contemplar y vivir los misterios de la vida de su Hijo, que transforman nuestra vida y la vida del mundo. Aquí te dejo el Vía Matris, que te invito a realizar en esta Cuaresma, para acompañar a la Virgen en los dolores de amor que sufrió al ser la Madre de Dios. Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus ojos y sostener su mirada portentosa. Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. ¿Podemos, acaso, nosotros amar y entregarnos de igual manera? Nosotros tenemos su propio corazón como un escalón a Jesús. Con el ejemplo de la Santa Madre de Dios, no solo sabemos que podemos amar a Cristo, debemos amarle así porque la tenemos a Ella misma como intercesora. El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón es capaz de sentir. El corazón entregado de María debería enseñarlos a pedirle confiados a Dios: «Señor, gracias por tu amor, enséñame a amar como Tú».

Coincidiendo con esta fiesta desde 2003 se celebra en España el Día Internacional de la Vida, por deseo del Papa Juan Pablo II. La vida es el valor primero, y el derecho a la vida es el primero y más fundamental en el orden de la ética social, política. Si no respetamos la vida de nuestro hermano en lo más esencial, que es que pueda seguir viviendo, difícilmente podremos respetar otros bienes que a él le atañen.

En estos días de confinamiento nos fijamos especialmente en los ancianos, en su soledad y sentimiento de abandono. Pedimos a María saber acoger cada vida como el don más valioso, y, con una mirada profunda, valorar todo lo humano. La fe nos deja ver el sentido de la vida (propia y ajena, su dignidad y su valor inviolable y eterno) y anunciar que somos valiosos para Dios que nos ama infinitamente. Que como María al pie de la cruz aprendamos a acompañar a Cristo Sufriente en el que está débil, sólo y abandonado, con el amor de su corazón Inmaculado. Y que en María, la que dijo sí, encontremos la esperanza y la alegría en toda circunstancia: «Alégrate«…. «Hágase en mí según tu Palabra«.

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