El 19 de marzo celebramos la Solemnidad de San José, esposo de la Virgen María. Nos acordamos de todos los padres, que generosamente dan su vida en la familia, y en medio de no pocas dificultades. En San José encontrarán un modelo de varón «justo», de entrega y sacrificio en el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios, en el amor de la familia. Dios le confió a San José el don de la Sagrada Familia, y por tanto un protagonismo indudable en el plan de salvación de Dios. Así el padre en la familia que se le confía, siendo cada familia un verdadero don para el mundo. Que en medio de esta alerta sanitaria crezcamos en confianza en Dios y en amor.

De manera especial nos acordamos del Seminario. El día del Seminario se celebra tradicionalmente en esta solemnidad de San José. Este año, debido a las circunstancias especiales que vivimos, la Jornada y su Colecta se trasladan al 3 de mayo, Domingo del Buen Pastor. Nos acordamos de los seminaristas y rezamos por ellos, para que sean fieles evangelizadores y dispensadores de los misterios de Dios. El sacerdocio es un ministerio indispensable en nuestra Iglesia. Dios mismo envía a estos ministros ordenados al servicio del Evangelio de su Hijo y a nuestro propio servicio. No tengamos miedo. Dios seguirá enviando obreros a su mies para que la apacienten según el Corazón de Cristo. Pero sigamos las disposiciones del Señor: no dejemos de seguirle con gozo, respondiendo cada uno a su propia llamada y alentando a los demás. Tampoco dejemos de orar para que envíe obreros a su mies.

Debemos también colaborar. Y no me refiero solo a la ayuda económica, tan necesaria siempre, y más entre nosotros. Desde que Dios llama a seguirle en el sacerdocio hasta que se recibe la ordenación hay una serie de colaboradores que hacen posible la escucha del Señor, el ánimo para seguirle, la entrega de la vida, la alegría en la experiencia de servirle en los hermanos. Todos debemos ayudar. Cristo va delante de nosotros marcando el camino, pero hay un acompañamiento de toda la Iglesia en cada vocación, y todos somos responsables de algún modo. El testimonio y estímulo de los sacerdotes que siempre deja huella; pero también la familia ha de acompañar y comprender los sucesivos pasos en esta decisión como nuevos avances en el desarrollo de la fe personal que ha transmitido a sus hijos. Un hogar abierto a la vida y a la generosidad, donde se transmitan valores tan profundamente humanos como cristianos, es valor seguro para nuevas vocaciones ministeriales.

Todos somos responsables, por tanto, de la pastoral de la llamada, de ser vehículo en manos de Dios para que otros puedan oír, sin miedo a equivocarse, la misión concreta que Dios ha puesto en sus manos. Esta sociedad necesita nuestro ejemplo y alegría, que son el motor que empuja hacia delante el impulso misionero y la tarea vocacional que a todos nos compete.

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