
La Cuaresma es un ejercicio espiritual que hemos de estar dispuestos a vivir de verdad, de cara a Dios, más allá de las costumbres sociales o tópicos de cualquier clase. Todo está dispuesto para ayudarnos a conseguir la salvación de Dios. Por lo tanto: ¡atención! Aclaremos las ideas, veamos qué vale realmente y qué esclaviza, donde está el bien y donde nos atrapa el mal o la inconsciencia. Vale la pena hacer un esfuerzo personal para prepararnos a vivir la Pascua de la Resurrección de Cristo en toda su fuerza y plenitud.
Ni vivimos como deberíamos ni hacemos todo el bien que quisiéramos. Si somos sinceros hemos de reconocer ante Dios que necesitamos su perdón, y acudir a recibir su perdón y sanación en el Sacramento de la Penitencia. Vale la pena, pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida eterna? (Cf. Lc 9, 25). Esta vida eterna es el Señor en nosotros, y nosotros en relación íntima con Él, en un Amor que llena el corazón como nada ni nadie puede hacer. Y desde aquí todo lo demás, todo se ordena, todo se disfruta de verdad: «ama y haz lo que quieras«, decía San Agustín, pues todo lo haremos desde el amor de Dios.