
«El Hijo del Hombre ha de padecer mucho, ser desechado los ancianos, los sumos sacerdotes, ser ejecutado y resucitar al tercer día«, leemos en el Evangelio de hoy, Jueves después de Ceniza. Jesús anuncia su Pasión reiteradamente a sus discípulos sin que ellos acabaran de querer entender. Jesús Crucificado, cuyo corazón atravesado sigue palpitando por amor nuestro, es desechado, efectivamente, por nosotros, auto suficientes, que vivimos en la ilusión de no necesitar a Dios para construir nuestra vida y el mundo. Si ponemos más en el centro el Misterio Pascual, expresión máxima del Amor -Cristo, el Señor, que sufrió hasta entregarse por mí y el mundo entero-, podemos degustar la plenitud, y ser instrumentos de plenitud en medio de nuestro tiempo, testigos de que Jesús llena el corazón, y lo capacita para un amor inigualable.
El hambre, los conflictos bélicos, el paro, la crueldad y la explotación que esclaviza a las personas, el odio terrorista o racial, la tortura, la injusticia, la migración masiva… El mal nos azota brutalmente y deja al mundo como desamparado de la mano de Dios. Ante el mal se estrella la fe de muchos, pero no es imputable más que al mal uso de la libertad del hombre, o, dicho más claramente, a su pecado, nuestro pecado. No es lógico querer combatir el mal y no repudiar nuestro propio pecado. Creer en Dios significa permitir que Cristo nos haga libres para obrar el bien y combatir los males del mundo. La Cuaresma es tiempo de aprendizaje, de recuperar la confianza en la bondad de Dios, en el bien, en recuperar la imagen y semejanza de Dios. Es tiempo de poner a Dios en el centro del corazón y de la vida, y que su amor desplace la fuerza de nuestro ego con sus pasiones y desórdenes. El amor triunfante del Señor Resucitado ha de vencer también en nosotros, bautizados en su muerte y resurrección para ser libres.
El ayuno nos ayude a orar con y por el pan que sacia nuestro ser, que es Cristo, para sí, como en el signo de la limosna, nos donemos a los pobres y sufrientes de este mundo, pues en ellos servimos a Cristo. Que la Cuaresma nos ayude a salir de la ilusión de la autosuficiencia, pues urge llevar el mundo a Dios.