
Con el Nacimiento de Jesús la vida ha cambiado Para transformar realmente nuestro interior, nos ha hecho hijos de Dios. Como ves, de su nacimiento vamos al nuestro, pues el se hace hombre para que seamos nosotros Dios. Este es el realismo de la vida cristiana, que no queda en una metáfora, ni en simple ilusión, y que puede compartirse con los sinsabores de la vida –que nunca faltan (en realidad, gracias a esto se pueden sufrir)–. También hoy, revivir el misterio nos hermana y amasa con Dios. Si celebramos la fiesta cristianamente nunca se trata tan solo de un simple recuerdo, sino de una presencia activa de Dios y del renacimiento vital para el hombre. En medio de la noche, precisamente por eso, nace la luz del mundo; por eso esta pascua está iluminada por la de su resurrección. Pero tenemos que hacer el esfuerzo de subir de lo temporal a lo eterno, del mundo visible al invisible, como propone agudamente San Agustín:
«Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está mamando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad». (Sermo 190,4: PL 38,1009).