
MI LOCUCIÓN SEMANAL DE COPE, 20-22 DE DICIEMBRE DE 2019.
A las puertas de la Navidad hablemos del “hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración”. “Dios nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia escondida pero no invisible”, ha declarado el Papa Francisco en su reciente peregrinación a Greccio. El Papa visitó este lugar por el primer pesebre de San Francisco de Asís y firmó allí su Exhortación apostólica “Admirabile Signum“ sobre “el significado y el valor del pesebre”, nuestro belén. En la cueva del primer pesebre, la cuna del belenismo se recogió en oración y luego firmó su carta y nos invitó a “mantener los ojos fijos en el Niño Jesús”. Su sonrisa, que estalla en la noche, dispersa la indiferencia y abre los corazones a la alegría de los que se sienten amados por el Padre en el cielo.
Frente a cada portal de Belén descubrimos lo importante que es para nuestra vida, tan agitada, encontrar momentos de silencio y oración. El Silencio, contemplando la belleza del rostro de Jesús de niño, el Hijo de Dios nacido en la pobreza de un establo se hace Oración, para expresar un “gracias”, maravillados por este inmenso regalo de amor que se nos da.
El Pesebre manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia oculta pero no invisible. En todas las circunstancias, en la alegría y en el dolor, él es el Emmanuel, Dios con nosotros. “Se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79)”.
“Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad”.
Como los pastores de Belén, acojamos la invitación a ir a la cueva, a ver y reconocer el signo que Dios nos ha dado. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría y podremos llevarla donde haya tristeza; estará lleno de esperanza, para compartir con los que la han perdido. “El corazón del pesebre comienza a latir cuando, en Navidad, colocamos al Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser acogido en nuestros brazos”. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma.
El Papa anima a las familias, en todos los lugares, a la “creatividad” para poner los pesebres navideños, para que esta tradición sea “redescubierta y revitalizada”. “La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento. Sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales”.
“En la escuela de San Francisco, abramos nuestro corazón a esta gracia simple y dejemos surgir de la maravilla una oración humilde: nuestro ”gracias” a Dios que quería compartir todo con nosotros para no dejarnos solos”.
“¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor”.
Instalar el belén en nuestra casa es toda una lección de vida cristiana, y un recordatorio de lo que Dios quiere hacer en nuestros corazones. Lo es también del gozo y amor que podemos compartir estos días con familiares y amigos; y con los pobres y necesitados, no lo olvidéis. ¡Que Jesús se haga presente en cada uno de vosotros y en vuestras casas! ¡que abunde su paz entre nosotros y en todo el mundo! Ante el portal de Belén, recemos unos por otros. También yo rezaré por vosotros. Os deseo de corazón a todos ¡feliz Navidad!