En la convivencia del Clero Joven, hemos reflexionado sobre el Acompañamiento.

Los sacerdotes somos esos amigos a quienes Jesús quiere dar a conocer todo lo que ha oído al Padre, toda su intimidad. Esta condición está expresada en el principio de la unidad de vida, que nace de la unión íntima con El. Si Cristo, para edificar la Iglesia, se entrega en las manos del sacerdote, éste a su vez debe abandonarse a su amor sin reservas. De aquí brota la caridad pastoral que da unidad a la vida, al ser y a la acción, como indica el Concilio Vaticano II (cf. Presbiterorum Ordinis, 14). Por esta razón el compromiso a orar, a vivir siempre unidos a Jesús, Nuestro Señor, vivo y operante en el tiempo, para que su amor sea el alma de nuestro ministerio. El celibato sacerdotal es un signo luminoso de este corazón indiviso y llamado a la caridad pastoral.

El verdadero campo de batalla de la Iglesia es el paisaje secreto del espíritu del hombre, donde Dios debe cambiarnos el corazón. La esperanza del mundo consiste en poder contar con el amor de corazones sacerdotales limpios y fuertes, libres y mansos, generosos y fieles, que sean signos seguros y puntos de referencia para cuantos buscan el bien y el sentido de la vida en medio de la babel actual, de la dispersión, del vacío y la división. Más allá de los ríos de palabras y discursos, de programas y planes, de iniciativas y organización, el mundo necesita superar el eclipse de Dios con la Luz del amor de Dios, y que el sacerdote sea luminoso por su caridad, no contaminada por la ruptura y la falta de misericordia que propicia la cultura del egoísmo a ultranza y de la autonomía del yo.

Debemos orar siempre por las vocaciones sacerdotales, por el seminario –al que debemos amar y apoyar para progresar en ciencia y en exigencia de santidad–, y por sus formadores; y por todo el presbiterio, porque de este impulso de santidad querido por Dios, vive en gran medida la fe de la iglesia. Por esto, además, los sacerdotes debemos reconocer también que para ser sacerdote hay que seguir superándose cada día en fidelidad y poner medios adecuados de conversión y progreso, como nos invita a hacer la Iglesia a través de la llamada formación permanente del clero, con sus encuentros de convivencia y reflexión, los retiros y ejercicios espirituales.

Demos gracias a Dios por nuestros sacerdotes.

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