La Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo clausura nuestro año litúrgico. Lo que hacemos es celebrar a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina. Dios mismo se hace hombre y devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino. Jesús nos revela de este modo su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. El Rey-Pastor se hace cordero para inmolarse amorosamente en la cruz y transformar el mundo en el amor.

El Papa Pio XI instituyo esta fiesta para ayudar a los cristianos a afrontar el secularismo que intenta descartar a Dios de la sociedad y toda influencia religiosa en el gobierno del mundo. En suma, para buscar la paz, pues un mundo sin la referencia trascendente y ausente de ley moral superior está abocado al más desastroso desorden. Es obvio, por tanto, la actualidad de esta celebración ante los nuevos desafíos de la Iglesia, los ataques a los cristianos y, sobre todo, el profundo desorden moral y falta de referencia ética de la sociedad contemporánea, animada por la voluntad de poder. Cristo, sin embargo, reina como Rey de todo el mundo eternamente.

Ésa es la misión que le dejo Jesús a la Iglesia al establecer su Reino. El Reino ya está en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Cuantos escuchen aquí su llamada se convierten en miembros de su Reino. Vivimos ciertamente las dos realidades de la Iglesia, que es peregrina y celestial a la vez. La oración y la gracia de los sacramentos fortalece a los peregrinos. «Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»(Jn 18, 37). En el confiamos y a el confiamos el mundo y nuestra vida.

“Encomendamos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos al Señorío de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todo, creyente y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del ´reino de dios que está ya presente en medio de nosotros” (MV,5).

Los cristianos hemos asumido de tal modo el camino del amor, que el Señor nos revela y nos invita a recorrer, que se puede contemplar incluso en el arte cristiano, en la configuración de los edificios sagrados donde era habitual representar en el lado oriental al Señor que regresa como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final, como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida» (Benedicto XVI, Spe Salvi, 41): esperanza en el amor infinito de Dios y compromiso para ordenar nuestra vida según el amor de Dios.

En esta fiesta renovamos nuestro compromiso y acogemos el don del amor de Dios, porque, como dice San Ambrosio: “La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino» (Expositio Evangelii secundum Lucam X, 121: CCL 14, 379). Quien se ampara en Cristo Rey, convencido de su gobierno de amor, ha de profesar con toda su vida que Jesús es el Señor, permitiéndole que su influencia abarque toda la vida, la inteligencia, la actividad, la voluntad y los afectos. Su ley de amor y su gracia es la verdad, la fuente de justicia y de paz para cada uno y para a humanidad. Pero, además, nos hace aceptar nuestra misión para trabajar por ordenar rectamente el orden de los bienes temporales hacia Dios, obrado con rectitud moral y entregándonos al trabajo costoso de restablecer el orden temporal buscando en todo la justicia del Reino de Dios. “Jesús quiere convertirse en nuestro Rey, pero no en un Rey de este mundo, sino un Rey ‘que de un sentido nuevo a nuestra vida’.Un Rey que, con su palabra, con su ejemplo y con su vida inmolada en la Cruz, nos ha salvado de la muerte, ha indicado el camino al hombre perdido, ha dado luz nueva a nuestra existencia marcada por la duda, por el miedo y por la prueba de cada día”; “Todos nosotros queremos, paz, queremos, libertad, queremos plenitud. ¿Cómo se consigue? Basta con que dejes que el amor de Dios se radique en el corazón y tendrás paz, libertad y plenitud” (Francisco).

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