MI ALOCUCIÓN EN COPE POR LA III JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES«

El domingo 17 de noviembre se celebra la III Jornada Mundial de los Pobres con el lema, «La esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19). Unas palabras, explica el papa Francisco en su mensaje para la Jornada, que se «presentan con una actualidad increíble. Ellas expresan una verdad profunda que la fe logra imprimir sobre todo en el corazón de los más pobres: devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida». Es una llamada que urge a toda la Iglesia, a la comunidad de creyentes y al resto de la sociedad, a devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida que viven millones de personas pobres en nuestro mundo.

Hemos de redescubrir el valor de estar junto a las personas más pobres y vulnerables de nuestras comunidades –como ser hace siempre en Cáritas— también a través de la oración comunitaria y el banquete de la eucaristía, como expresión de la mesa compartida en familia; y promover que la comunidad cristiana sea signo de esperanza para las personas pobres, a través de gestos sencillos y cotidianos en los que se sientan acompañados y acogidos como personas con derecho a su propio lugar.

Como comunidad cristiana tenemos la misión de anunciar la Buena Noticia del Evangelio de Jesús, encarnar su mensaje y adherirnos a su estilo de vida que pasa por ayudar, acompañar, proteger, defender y salvar a los más pobres y débiles. Ser discípulos del Señor Jesús requiere de nosotros ser evangelizadores coherentes, ser capaces de sembrar signos visibles de esperanza que supongan consuelo y liberación para quienes sufren y padecen pobreza y falta de reconocimiento de su dignidad como personas. Vivir la caridad, como dice Francisco, requiere tener relaciones interpersonales con las personas pobres: vivir con los pobres y por los pobres. Nos anima a vivir la misión como seguidores de Jesús haciendo todo lo posible por encontrarnos con él en estas personas y en sus historias de vida, porque allí, en cada persona, está Dios.  «A veces -recuerda el Santo Padre- se requiere poco para devolver la esperanza: basta con detenerse, sonreír, escuchar. Por un día dejemos de lado las estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes o ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una coca cola, o un café, o una conversación; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa.

Existe un vinculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. No podemos dejarlos solos (cf. EG 48). “Casa cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres” (EG 147).  “Cristo fue enviado por el Padre a `evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos´ (Lc 4,18) …; así también la Iglesia abraza con amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” (lG 8).

La exclusión social, en sus diferentes dimensiones, se ha enquistado en la estructura social de nuestro país. Como nos recuerda Cáritas y el reciente informe FOESA, el número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 millones más que en 2007, afectando principalmente a las familias con menores, jóvenes y mujeres. Son el rostro de la sociedad estancada. Estas personas tienen rostro, historia, nombres, y a veces se les rechaza y «son vistos, por algunos, como una amenaza o gente incapaz, solo porque son pobres», dice el papa. Sin embargo, son los preferidos del Dios de la misericordia. Él es aquel que escucha, interviene, protege y redime. «El pobre nunca encontrará a Dios indiferente». Con esta certeza de no ser abandonado oremos por ellos y ayudémosles. De esto depende que sea creíble nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos». No dejemos de colaborar con Cáritas que se ofrece con cercanía a todos ellos. Celebremos esta Jornada todas las personas que integran los distintos proyectos parroquiales, arciprestales y diocesanos, pastorales y sociales, dando un espacio explícito de participación a las personas de los proyectos y colectivos más vulnerables de la comunidad. Acojamos, personal y comunitariamente, la llamada del santo padre a vivir esta Jornada para reforzar en muchos la voluntad de colaborar para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad, en definitiva, privado del amor de Dios, que ofrece esperanza sobre todo a los desilusionados y privados de futuro.

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