Acudamos cada día al gran milagro de la Eucaristía. En la escuela de la vida eucarística, diariamente el Señor nos lo enseña todo: nos muestra nuestro lugar, nos enseña a orar, nos pone a servir. En la Eucaristía está, de un modo recogido, anticipado y concentrado el misterio de la Pasión y la Muerte del Señor. Allí se revela que el vértice de la libertad humana es el amor.

Sin duda podemos decir que Dios está presente entre nosotros, ha puesto su tienda entre los suyos, su delicia es estar con los hijos de los hombres, y así provoca nuestro deleite, como nos dice en la Sagrada Escritura:

“Yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo, recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos de los hombres” (Prov. 8, 30-31). Y sigue: “Y ahora, hijos, escuchadme: ¡felices los que guardan mis caminos! Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día, guardando la entrada de mi casa. Porque el que me encuentra ha encontrado la vida y ha obtenido el favor del Señor, pero el que peca contra mí se hace daño a sí mismo y todos los que me odian, aman la muerte” (vv. 32.34-36). El Señor nos espera en el Altar.

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