MI ALOCUCIÓN DE COPE SOBRE EL DOMUND, EL DOMINGO MUNDIAL DE LAS MISIONES

Este domingo es el DOMUND. El Domingo Mundial de las Misiones es el día en que toda la Iglesia universal reza por la actividad evangelizadora de los misioneros y misioneras, y colabora económicamente con ellos en su labor, especialmente entre los más pobres y necesitados. El 37% de la Iglesia Católica lo constituyen territorios de misión, un total de 1.100 circunscripciones eclesiásticas que dependen de la ayuda personal de misioneros y misioneras y de la colaboración económica de otras Iglesias para realizar su labor. Con los donativos se subvenciona el sostenimiento de los misioneros y sus colaboradores. También se atienden otras necesidades especiales: construcción de iglesias y capillas, formación cristiana, compra de vehículos, etc. además de desarrollar proyectos sociales, educativos y sanitarios.

¿Cuáles son los principales fines del Domund? En primer lugar, iniciar a los fieles en la “contemplación” del rostro de Dios, en el que se reflejan los rostros de los más pobres y necesitados. En segundo lugar, promover entre los fieles una sensibilidad y predilección hacia los que, aun sin saberlo, buscan conocer y ver a Jesús. Pero también participar en las actividades organizadas por las comunidades eclesiales con motivo de la celebración del DOMUND. Y colaborar con una generosa aportación económica para atender las necesidades materiales de los misioneros y de las misiones. Finalmente, intensificar también la oración y el sacrificio por las vocaciones misioneras de sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos. Hay 11.000 misioneros españoles repartidos por los cinco continentes; los misioneros de nuestra diócesis son 64, con los que nos relacionamos, pues se sienten enviados desde aquí, y necesitan nuestra ayuda y oración.

Como ha dicho el Papa Francisco: “La Iglesia está en misión en el mundo: la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5,3; Mt 28,19; Hch 1,8; Rm 10,18). Una Iglesia en salida hasta los últimos confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf. 2 Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf. Carta apost. Maximum illud). Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante”.

La celebración este año de la JORNADA MUNDIAL POR LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS es especialmente importante, porque lo vivimos dentro del Mes Misionero Extraordinario propuesto por el Papa Francisco, quien nos recuerda que somos “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”. No se trata sólo de apoyar y valorar los esfuerzos de los misioneros repartidos a miles por el mundo, en los lugares más alejados, incomunicados, subdesarrollados, etc. que afrontan todos los peligros y son ejemplo de amor entregado y de entrega de la vida. Se trata de reconocer en ellos un amor a Jesucristo por el que viven para evangelizar, pero, si somos cristianos, hemos de vivirlo nosotros también.

Todos somos igualmente “Bautizados y enviados”, y también aquí debemos anunciar a Cristo y darle a conocer, porque muchos viven sin Él, no le conocen o se han alejado, pero le necesitan. El ha venido “para que tengan vida, y la tengan en abundancia”, es “el camino, la verdad y la vida”. Recordar a las misiones y los misioneros ha de provocar una iglesia misionera, para vivir a fondo su misión sin perder identidad, y que vivamos una unión cada vez más fuerte con Cristo y una implicación más convencida y alegre en su pasión por anunciar el Evangelio a todos, amando y siendo misericordioso con todos. Cada parroquia ha de ser misionera, y cada uno en su casa o en su trabajo, en su asociación o cofradía o comunidad, y ha de serlo con sus familiares, amigos y vecinos. La fe, que es el tesoro más valioso que nos ha confiado Dios, crece en nosotros cuando se comunica a los demás.

Queridos amigos: oremos por los misioneros y para que lo seamos todos los bautizados. Siempre rezo por vosotros. Orad también vosotros por mi.

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