
La realización de la vida cristiana queda comprometida en la presentación de la comunidad que hace el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Los primeros cristianos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Esto es: vida común, vida evangélica, enseñanza de los Apóstoles, partir el pan, compartir la vida y los bienes, atención a los necesitados.
Si queremos vivir unidos a Cristo y obtener los frutos de vida eterna hemos de volver siempre a los fundamentos de la fe. Recordemos que con el testimonio de los apóstoles nacieron las primeras comunidades cristianas, que rápidamente se fueron extendiendo por todo el Imperio Romano. Su forma de vivir y de amarse atrajeron a muchos y las distintas persecuciones que sufrieron no pudieron evitarlo. Los textos cristianos de los primeros siglos muestran que las personas que se integraban en las primeras comunidades de seguidores de Jesús lo hacían atraídas por el estilo de vida y las prácticas de quienes las formaban.
Siempre elegimos nuestra forma de vivir, aunque sea contracorriente. El estilo de vida se elige y se adopta de forma consciente. El estilo de vida puede ser más o menos crítico y alternativo respecto al modo de vida impuesto por la sociedad a la que se pertenece. La meta de aquellos que abrazaban la fe era los modos de mirar y valorar la realidad según el estilo de vida de la familia de los hijos de Dios hasta que se convirtieran en hábitos espontáneos, reflejos. Al final del recorrido, antes de su bautismo e incorporación plena a la comunidad, las personas eran examinadas, pero no de sus creencias, sino de sus prácticas. Las comunidades organizaron la atención a viudas y huérfanos: hacían contribuciones voluntarias en dinero, les acogían en sus casas, les apadrinaban y posibilitaban un futuro. La organización de la comunidad llevó a fundar ya en el siglo IV, los primeros orfanatos.
El escrito cristiano sirio de la Didajé, de finales del siglo I, y la Carta de Bernabé, o los textos de Justino Mártir, denunciaban malos tratos y los desórdenes sexuales como vicios incompatibles con el estilo de vida cristiano. Frente a ello los seguidores de Jesús extendieron las prácticas de adopción desinteresadas, por piedad y compasión; fueron en eso verdaderamente contraculturales. También lo fueron los cristianos en aceptar y acoger de manera universal en sus comunidades a extranjeros, a personas de diferentes pueblos, frente a las prácticas de las religiones étnicas de aquel tiempo. El cristianismo hizo así una aportación peculiar y nueva al dirigirse también a los esclavos. Sabemos que a los esclavos no se les reconocía el derecho sobre su cuerpo, ni a la libre movilidad, ni siquiera a su nombre que les era dado por el amo. No tenían derecho a formar una familia. Los cristianos a los esclavos, como seres morales, les inculcaban una conciencia de dignidad, y se les trataba como personas queridas por Dios y con un lugar en la comunidad de bautizados, ejerciendo incluso cierto liderazgo. De este modo generaron hábitos nuevos y, poco a poco, una sensibilidad moral nueva que fueron cuestionando prácticas normalizadas en el modo de vida de la cultura dominante. Hubo dos prácticas generalizadas que fueron la marca de la vida cristiana: la limosna y el compartir los bienes, una práctica determinante en el estilo de vida cristiano, porque expresaba un tipo de relaciones sociales guiado por la solidaridad y la generosidad.
Solamente así viviremos el Misterio de Dios y la Comunión, y podremos ver los grandiosos frutos de gracia en el mundo. De este modo perseveraremos en la fe siendo en nuestras ciudades levadura de Dios en la masa, luz divina en medio de la oscuridad cultural del mundo, fuente de vida nueva, iglesia viva capaz de renovar la sociedad.