
La Iglesia, a imagen de la Trinidad, es «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo». Aquí, Lumen Gentium nº 4, la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, recoge palabras de San Cipriano. Pregúntate: ¿Rezas alguna vez por la Iglesia, por todos los cristianos, para que sean verdaderamente «uno», Cuerpo de Cristo, testigos de su amor? ¿Te sientes parte del Cuerpo de Cristo? ¿De qué manera? Tú, que eres Iglesia, ¿estás unido a Cristo? Unidos como un cuerpo, unidos en fraternidad, los unos al servicio de los otros. ¿Te parece que tu Parroquia es así? ¿Qué se puede hacer en ella para crecer en Comunión?
La Iglesia es misterio de comunión. Su forma de existencia está marcada por la «communio«. Esta realidad debe manifestarse en la vida de toda comunidad eclesial, ya que es su ley más profunda. No es un aspecto parcial, sino una dimensión constitutiva; podríamos designar la comunión como «trascendental» para la Iglesia. Es la «categoría importante» de la Iglesia, tal como queda descrita en el Concilio Vaticano II. El Dios cristiano no es soledad, sino comunión.
También la diócesis es una gran familia. En ella compartimos la fascinante experiencia de ser Iglesia de Cristo, creciendo en la fe, dispuestos a servir, avanzando hacia Dios en la peregrinación de la vida, fortalecidos con la enseñanza del Evangelio y la gracia de los sacramentos. Tenemos mucho que compartir y mucho más aún que dar. Es muy importante vuestra colaboración, la de cada uno según sus dones y posibilidades, que hace que vivamos la iglesia como un proyecto compartido. Este es el camino abierto para hacer posible una nueva evangelización, poniendo en juego cuanto somos y tenemos, liderando entre todos los proyectos más atractivos.
Os dejo aquí mi Carta Pastoral con las propuestas más relevantes para este curso. Nos harán crecer si vivimos la caridad enraizados en la misión y con objetivos de la Iglesia universal, aportando cada cual sus talentos, tan valiosos, y fortaleciéndonos con el rico bagaje de cuanto hemos compartido ya en la fe y en los lazos amistosos que Dios ha creado entre nosotros. Este compartir la fe, de modo sencillo pero maravilloso, hará que avancemos fieles al evangelio y a la Iglesia, robusteciendo nuestra fidelidad en la vida diaria.