
¡Cómo nos interpela la consideración que el Papa Francisco hace sobre la parroquia!: «Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión.»
Es el momento de agradecer esa cooperación de tantos de vosotros que hacéis vuestros los proyectos parroquiales de modo corresponsable con los sacerdotes, compartiendo los trabajos en la organización y gestión de las actividades. De este modo nuestras parroquias pueden ser comunidades vivas y vibrantes con el afán misionero que debe caracterizarnos hoy, con creatividad evangelizadora y atractivo para seguir siendo “la misma iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas” (E. G., 28)
La parroquia es lugar de honda experiencia con Cristo que se nos da en su Iglesia. A través de los sacramentos, la palabra de Dios, la vida comunitaria, nos abrimos a la Vida, al don de Dios, fuente inagotable que colma toda sed (Cf. Jn 4, 10). Estamos invitados siempre a formar una gran familia. Cada parroquia es una familia espiritual donde se establecen vínculos fraternos y se unen los corazones en la alabanza a Dios para hacer su voluntad viviendo una caridad que nos ha de hacer ir a buscar al prójimo para transmitirle nuestro gozo, y, en especial, a los más necesitados. Mas no podemos esperar pasivamente en nuestros templos, sino llevar el evangelio a todos (cf. EG 15).
Que el amor creativo que nos regala el Espíritu Santo en la relación con Cristo, personal y comunitaria, nos haga gastarnos y desgastarnos gustosamente, no encerrados en una estructura auto referencial, ni siquiera por ella, sino por el bien de tantos hombres y mujeres perdidos en la existencia, necesitados del calor de Cristo en la familia de su Iglesia. Que cada parroquia sea un hogar en medio de un mundo frecuentemente sin vínculos profundos, sin el calor de la Caridad.