Feliz día del Apóstol Santiago, Patrón de España. Felicidades a todos los que celebran su onomástica ¡Qué lección tan profunda nos da el Evangelio de hoy a partir de una situación humana tan común y tan normal! Podríamos estar representados cada uno de nosotros en esos criterios que expresan los apóstoles, en concreto Santiago y Juan. Jesús acaba de hablar de su Pasión, y acto seguido, lo que les inquieta a los apóstoles, lo que llevan en la cabeza, sobre lo que discuten por el camino es sobre quién va ocupar los mejores puestos ¿No es un gran contraste? No puede ser mayor, es como el día y la noche. Jesús está pensando en dar la vida, en morir por nosotros y en sufrir, dando así una lección de vida, y los apóstoles están pensando en los puestos de honor.
Algo parecido nos pasa a nosotros. Eso es lo más penoso e hiriente, por lo menos para mí. Jesús, en la relación con Él, nos muestra las cosas más sublimes, mientras nosotros estamos pensando en “aquí quien manda…por qué no me han puesto a mí…a éste le quieren más, etc…”. Qué ruines somos a veces por nuestros propios intereses, que nos ciegan para ver el plan de Dios.
Jesús les hace una pregunta un poco desconcertante: ¿vosotros estáis dispuestos a beber «el cáliz que yo voy a beber«, esto es, a sufrir la pasión que yo voy a sufrir, a este bautizo de sangre que voy a realizar? Ellos no saben de qué está hablando Jesús, a pesar de haber anunciado repetidamente su pasión, y muy lanzados -para eso eran los hijos del trueno- afirman que sí, que los primeros. Parece que Jesús, en su maravillosa pedagogía, acepta la propuesta. Aprovecha la situación y el modo de ser de Santiago y Juan. Esto nos lleva a una conclusión que ya conocemos: Él siempre cuenta con nosotros, nos ama como somos, para desde lo que somos hacer su obra.
Desde aquí anuncia el martirio que va a sufrir y el valor que tiene morir: el Hijo del Hombre ha venido a dar la vida por los demás, y evidentemente tendréis que dar la vida vosotros. Pero, esta es la pedagogía preciosa de Jesús que a partir de sus intereses les hace caminar hacia la visión divina de las cosas, ¿cómo queréis mandar?, ¿como los jefes del mundo que tiranizan?
Está muy bien ser el más grande, porque todos tenemos esa aspiración a superarnos, vivir bien, “ser más” en definitiva. Ahora bien ¿cómo quieres ser más? Si te dejas llevar por esa pasión lo que vas a hacer es dominar a los demás, y así no se llega a “ser más”. El camino para ser más no es el del poder despótico, sino el del amor, y amar es servir. Entonces se entiende la recomendación de que «el que quiera ser mayor entre vosotros que sea el último y el servidor.»
Cuando pienso en mí mismo me veo reflejado, y supongo que algunos de vosotros también. Pero nosotros ya tenemos claras algunas cosas. El Señor nos ha enseñado cuál es el camino de la vida, de qué forma podemos ser más. Aún así, no nos sacudimos de encima nuestra tendencia a dominar, a figurar, a quedar por encima de los demás. En el fondo lo que se plantea es el amor, el servicio y la entrega de la vida, en oposición a buscarse uno a si mismo. He aquí las opciones: una es la soberbia y la otra la humildad.
Hemos hecho a veces tal literatura en torno a la humildad que parece que el humilde es el que se arrastra por el suelo, no mira a la cara, y está callado, mientras que el soberbio es un prepotente. No es necesario que sea así, pues la soberbia se manifiesta de formas muy sutiles. En el fondo cada vez que en lo profundo nos mueve esa necesidad de estar por encima de los otros, que nos consideren, que nos valoren. La obsesión por ser valorado puede llevar as una existencia amargada. Esto evidentemente está mal encauzado, es soberbia, no hay vuelta de hoja. La humildad busca que Dios reconozca el verdadero amor a él y a los otros, que mi vida esté puesta en Él, en el amor a los demás, en el servir. Así somos grandes: glorificando a Dios como hijos suyos, a imagen del Hijo que se entregó hasta morir por nosotros.
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