
Se acerca el día de la Caridad por excelencia, la solemnidad de Corpus Christi. Cáritas lanza una llamada a “poner en marcha nuestro compromiso para mejorar el mundo”. Damos gracias a Dios por Cáritas Diocesana, que ayudó a más de 19.000 personas socialmente vulnerables, especialmente en situación de desempleo y exclusión social. 486 nuevas oportunidades de empleo, y más de 1200 personas se han beneficiado del programa de Personas en situación Sin Hogar. Esto no sería posible sin la aportación de los fieles, voluntarios, profesionales y personas de buena voluntad. Sigamos ayudando en la medida en que podamos.

Hay una indisoluble unión del amor a Dios y del amor a los hermanos. El mismo San Juan Pablo II en su visita a Orvieto en el año 1990, dijo: “Jesús se ha convertido en nuestro alimento para proclamar la soberana dignidad del hombre, reivindicar sus derechos y sus justas exigencias, para transmitirle el secreto de la victoria definitiva sobre el mal y la comunión eterna con Dios”. Así es: comulgar con Cristo nos hace uno con El para tener los sentimientos de Cristo, para asociarnos con la carne de Cristo sufriente: con los pobres, oprimidos, abandonados, enfermos y excluidos, personas dependientes, emigrantes y prófugos…
El día del Cuerpo y de la Sangre de Cristo nos pide que celebremos el día de la caridad. Cáritas, nos demanda más generosidad para compartir nuestros bienes con los necesitados. Que crezca nuestra sensibilidad cristiana, nuestra fraternidad, y la promoción de la justicia, con una mirada a los demás que recuerde la compasión de Cristo. El Papa Francisco nos habla de “Globalizar la misericordia” (Evangeli Gaudium, 198) tanto o más que hemos globalizado la indiferencia. Vivamos la preferencia divina por los pobres para profundizar la misión de la caridad en nuestra experiencia de fe. Necesitamos pues tener la misma mirada de Jesús hacia las personas, capaz de ver sus necesidades materiales y espirituales, sus dolencias y carencias, su grito interior, su suspiro y su angustia. Y después hacerle presente en nosotros para ser su consuelo. Nos hace falta el impulso y la decisión por la justicia que defienda a los indefensos y haga ver al mundo el valor de cada persona y su dignidad. Debemos suplicar una fe coherente que se exprese en la caridad con los menesterosos y también en la comunión fraterna de la iglesia.
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