Ayer 4 de junio despedía en Sanlúcar de Barrameda a las primeras hermandades rocieras de la diócesis antes de ponerse en camino en la Peregrinación a la aldea almonteña, en una Misa emotiva y llena de alegría Pascual. El día de antes nos preparábamos las hermandades de San Fernando y de Ceuta rezando el Santo Rosario, unidos en Iglesia, Pueblo de Dios gozoso, que da testimonio de alegría y comunión fraterna. Celebramos el Año Jubilar por el Centenario de la Coronación Canónica de la Virgen del Rocío.

Nuestra peregrinación ahora, hasta que lleguemos a la aldea y podamos allí venerar a la Virgen Santísima, no es nada más que un ejemplo de la peregrinación de la vida. Aquí aprendemos a compartir, a escuchar la Palabra de Dios, a superarnos, a hacer su voluntad, a vivir la alegría, como dice Jesús: Os he dicho todo esto para que mi alegría –que es la alegría de Dios, la alegría del cielo–, esté en vosotros (cf. Jn 17,13). ¡Qué gusto poder encontrar a este pueblo de cristianos, unidos por el amor de Cristo, en medio de un mundo entristecido muchas veces, no sólo por las necesidades materiales sino por el pecado, por la desesperanza, por la presunción! Se encuentran con Dios y, a pesar de todas sus dificultades, viven la alegría de Dios, que es su mejor credencial, su mejor pasaporte, su mejor identificación ante el mundo. Yo deseo que en esta alegría de Dios se renueve vuestra fe. Y para eso con esta Misa, con la bendición de Dios, hemos iniciado el camino donde la Madre, la Virgen, la Blanca Paloma tan querida, tan invocada, va a acogernos, a acompañarnos y a recibirnos. En sus manos tenemos que poner nuestras necesidades, las peticiones por nuestros amigos, nuestras preocupaciones. Pedirle ayuda, por supuesto, pero que ilumine nuestro corazón para que, a partir de todas esas dificultades, se muestre en nuestra vida la vida de Dios; es decir, que seamos santos.

El águila muestra su arte y su vuelo en el viento. Como el navegante, como el surfista. Si no hay viento, a lo mejor es la dificultad, son las olas, es la tempestad, es este peregrinar. Ahí es donde el cristiano puede mostrar lo que es su vida, lo que es el arte de vivir: en medio de las dificultades, que son siempre oportunidades que la providencia de Dios nos pone para que mostremos al mundo la grandeza de Dios, la santidad de Dios, que nos ayuda a superar todo con fe, con esperanza y con caridad. Que la Virgen nos conceda esta renovación de fe llegando a su casa y volviendo a nuestra casa, Ella que nunca nos dejará. Os bendigo a todos de corazón, nos vemos pronto, rezad también frente a la Virgen del Rocío por mí.

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