Hoy, los Obispos del Sur, hemos rezado frente a las reliquias de San Juan de Ávila, peregrinando a Montilla para ganar el Jubileo, durante la CXLIII Asamblea de Obispos del Sur de España.

¿Cómo ha se ser un pastor creíble? ¿o un fiel laico o consagrado? Es la pregunta que nos hacemos hoy, algo muy importante ante nuestro mundo escéptico y receloso de la fe y de la Iglesia. Puede decirse que la credibilidad del apóstol viene el interior, cuando aparece como bueno por fuera, porque lo es antes por dentro. Y bueno es el hombre que es conforme a Dios. En el caso del pastor se ha de transmitir la bondad de Dios, su luz, sin que se interponga el propio yo, sino dejando que se transparente el, echándose a si mismo a un lado. También hoy necesitamos cristianos y, sobre todo, pastores creíbles a su estilo, que puedan responder a las inquietudes de los sacerdotes actuales, observados con consternación y turbación por el mundo, dentro y fuera de la Iglesia, por tantas noticias que empañan su credibilidad.

Podríamos decir que San Juan de Ávila es un pastor creíble al modo de los apóstoles, y que podría decir como Pedro que ahora, con amor entregado, obedece a Dios (cf. Hch 5, 27b-32. 40b-41): “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo”. En efecto, la vida de fe autentica es fuente de la libertad de los hijos de Dios: creer es sinónimo de obedecer. Aquí radica el triunfo de los apóstoles amenazados, pues señala la victoria de Cristo sobre la muerte. También la eficacia de la predicación del Maestro de Ávila, como se comprobó en Sevilla, cuando esperaba embarcar, compartiendo casa, oración y pobreza con su amigo Fernando de Contreras. Y más aún después de su encarcelamiento por la Inquisición, tan experimentado en el misterio del amor de Dios, o en el “beneficio de Cristo” mediante la redención, que serán los ejes de su predicación.

El hombre de fe conoce al resucitado, le ama y le sigue. San Juan de Ávila, siguiendo los pasos de los apóstoles, es el “arca del Testamento” de la palabra de Dios, se la sabe de memoria, la medita, la repite, la transforma en su modo de pensar, de sentir, de desear, de aconsejar, de predicar.  Vive la oración inspirada en el Espíritu Santo, con actitud filial, “en secreta y amigable habla” con la persona que se ama. Su única pasión es dar a conocer a aquel cuyo amor llena su corazón, porque le conoce, conversa con el, le ama, ha madurado su encuentro en la oración constante, ha compartido su vida, trabajo y sufrimiento con el amigo que lo llena todo, lo sabe todo, lo ordena todo en su alma y en su actividad. Vive como enamorado el atractivo constante del Señor que transmite aconsejando, predicando, fundando colegios, formando sacerdotes.

El apóstol de Andalucía vive el secreto de la eucaristía donde el Señor sigue presente abriendo el horno de su corazón para inflamar su afecto en deseo de entrega, en caridad servicial, en desprendimiento, en deseos sacerdotales de salvación para todo el mundo. En compañía del Maestro se hace el Maestro Ávila, que no quiere más ciencia que el amor de Dios para transmitir su saber. “La mejor prenda que tenía te dejó cuando subió allá, que fue el palio de su carne preciosa en memoria de su amor” (Tratado del Amor de Dios, 14, 544). “Sacramento de amor y unión, porque por amor es dado, amor representa y amor obra en nuestras entrañas … todo este negocio es amor” (Sermón 51, 759).

¿Cuánto sabía el Maestro Ávila de amor, de diálogo de amor con el Señor? Bastaría con leer su Tratado del Amor de Dios para valorarlo, o cualquiera de sus cartas, pero San Juan de Ávila demostró con naturalidad que vivía la caridad más entregada en su capacidad de renuncia a cargos, honores, lisonjas, etc, con una total libertad. ¿Cómo servir mejor al Cristo y anunciar el evangelio? Con olvido de uno mismo. Esta capacidad de renuncia es siempre la condición de la auténtica grandeza, del amor verdadero que tiene que ver con la abnegación, la libertad interior, la pureza de corazón y con el reconocimiento del otro, con la justicia y el amor. Decía: “Manso va el Señor y callado como un cordero, y con entrañas encendidas de amor para darnos lo que nos cumple; y todo lo que allí se ve y se cree nos convida a que nos lleguemos a El, a recibir de su mano el perdón y la gracia” (Sermón 36, 213ss).

Juan de Ávila, ante su propia insuficiencia, teme no estar a la altura. Se pregunta ¿podré yo servir con las limitaciones que tengo? ¿qué sucederá con la distancia que media entro lo que puedo, con tantas limitaciones, y lo que debo hacer? La primera condición para ser creíble es dudar, al menos, de si mismo, de lo que uno es, cuando hablamos y actuamos en nombre de Dios. Se sabe indigno, pero la humildad que esto comporta le hace solícito de la gracia y de la ayuda de toda la Iglesia; es la palanca que más le mueve a imitar al Señor para no defraudarle, a confiar por completo en el.

Es evidente que San Juan de Ávila es un apóstol creíble. Su categoría humana y sobrenatural se muestra en la capacidad para formar a otros, con la fuerza de la fe, el consejo y –sobre todo— el testimonio, la solera de su autoridad por la que era querido y valorado como maestro. Esta calidad pastoral del evangelizador es absolutamente imprescindible acogerla hoy como aspiración y meta para, con la ayuda de la gracia, ser capaces de acompañar y de hacer discernimiento, como nos impele a hacer hoy la Iglesia con los jóvenes especialmente y con los matrimonios y familias en todas las etapas de su vida (cf. ChVivit, AmL, EvG).

Hoy he pedido para todos nosotros, evangelizadores, sacerdotes o laicos, jóvenes o adultos, padres o educadores y catequistas, esta fuerza interior que nos identifica con el Señor, nos enciende en su amor y nos hace creíbles. Hagamos también nosotros el mismo examen de amor con el Señor y respondamos con humildad y decisión para amarle con todas nuestras fuerzas y evangelizar. Respondamos como San Juan de Avila con total desprendimiento. Supliquemos la intercesión de San Juan de Ávila para vernos renovados y rejuvenecidos en el Espíritu y que exultemos de gozo viviendo como hijos de Dios, caminando en este mundo con esperanza, y de este modo seamos santos, creíbles por trasparentar a Cristo en nosotros. Que el testimonio, magisterio e intercesión de este santo, maestro de santos, nos obtenga la energía espiritual que necesita hoy la Iglesia para ser fermento en el mundo y para abrir los deseados nuevos cauces para evangelizar y llenar los corazones del amor de Dios.  San Juan de Ávila, ruega por nosotros.

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